domingo, 18 de julio de 2010

Capítulo IV de La Maldición: La carne de los muertos

Los seis manarils estaban alerta. La cría se dirigía hacia ellos con las fauces completamente abiertas. Era increíble como, aún recién nacida, tenía la altura de un niño de diez años y ya le apestaba el aliento a podredumbre. El primero en la trayectoria del hajuul era Kin'ian el cual estaba ya preparado con lanza en ristre. La cría acometió directamente al pecho del kurbog, pero el muchacho apoyó la punta de su lanza en el suelo y la usó de pértiga, saltando por encima. Antes de caer al suelo, con una pirueta se revolvió en el aire y lanzó su cuchillo de caza, que lo tenía escondido en la caña de su bota. El puñal voló en línea recta hacia la cabeza de la cría, pero rebotó como si se hubiese topado con acero.

-¡No, Kin'ian!-D'hira gritó desde el otro lado de la caverna-. ¡La cabeza de ese bicho está acorazada!

-¡Magnífico!¿Qué más te vas a guardar, genio?-cayó de rodillas al suelo y volvió a coger la lanza mientras se preparaba de nuevo en posición de ataque. La cría había girado sobre sí misma, cabreada por el golpe del cuchillo, y "miraba" con furia a Kin'ian-. Ahora me dirás que escupe fuego o que con mirarme me convierte en piedra.

-¡Allá tú, míster perfección!-refunfuñó D'hira-. Pero cuidado con los bordes serrados del lomo y las garras.

Tarde. El kurbog estaba en plena carga lanzando un golpe directo a la mandíbula del hajuul. El monstruo giró y con la sierra de su aleta dorsal partió en dos la lanza, volviéndose a colocar cara a cara con Kin'ian, sólo que el joven ya no estaba armado. Confundido por el contraataque, Kin'ian retrocedió un par de pasos estupefacto. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado reaccionó:

-¿Estáis disfrutando del combate?¡Echadme una mano, cabrones!

Merk'el, Som'atha, Hailo y D'hira salieron de su estancamiento mental y prepararon sus armas. Poco a poco, fueron rodeando a la cría, todos con lanzas en ristre (menos Merk'el, que llevaba el puñal de hueso tallado). Kin'ian tomó el cuchillo que le tendía D'hira al acercarse a él y se acomodó en posición de asalto. La cría estaba confusa y no sabía a quién atacar, giraba constantemente sobre sí misma y de vez en cuando lanzaba una dentellada de advertencia. Empezaba a tener miedo.

Som'atha dio el primer paso de baile. Con un golpe seco, dio una estocada en dirección al lomo de la bestia, pero ésta reaccionó a la velocidad del rayo e interpuso su placa ósea en la trayectoria desviando la lanza. Con éste movimiento, Merk'el aprovechó y lanzó un tajo directo a la garra izquierda de la cría. La sangre brotó de la herida y el quejido retumbó por toda la gruta. Ante el asombro de los cinco manarils, la cría no enfureció, sino que cayó al suelo, entre quejidos y comenzó a lamerse la herida. La imagen de la bestia lastimada era verdaderamente patética y los chicos sintieron pena de ella. Todos menos D'hira, que saltó sobre el animal y clavó la lanza entre la coraza ósea de la cabeza y la aleta dorsal, clavando al hajuul en el suelo, que no dejaba de retorcerse de dolor y para liberarse de la kurbog.

-¡D'hira!¡Porqué lo matas, es evidente que estaba herido!-replicó Hailo como un niño pequeño.

-¡No seáis estúpidos! -D'hira aún se mantenía en equilibrio sobre la cría mientras ésta expiraba-. ¡Ha matado a uno de los nuestros sin contemplaciones! ¿Aún queréis que le deje vivir? Idiotas...

-Pero...ya estaba herido.- susurraba Som'atha.

-Y si hubiese seguido lamiendo la herida, se habría reforzado con una capa de armadura ósea. -todos miraron a Kin'ian-. ¿Me equivoco?

-No, los hajuuls se hieren a propósito para endurecer su piel. Pero como...

-Intuición.

Los jóvenes se quedaron en silencio. Sólo una ligera brisa silbaba a través del agujero en el techo. La cría había dejado de moverse. Som'atha se acercó al cadáver sin vida de Somta y lo cogió entre sus brazos. Las lágrimas caían por su rostro pero su semblante era de orgullo y honor. La muerte, para los kurbog, no era un final, sino una forma de volver al ciclo de la vida. Recogieron los restos del joven caído y los juntaron con los de la cría. Cazador y presa habían muerto y juntos deberían partir hacia la Última Colina. Tras un breve momento de silencio, los cinco supervivientes se reunieron.

Kin’ian estaba pensativo. No lograba juntar correctamente las piezas del rompecabezas. Si el Maestro Juu había entrado en la caverna tras la madre, ¿qué había sido de él? Habían seguido su rastro hasta la misma madriguera y la única salida se encontraba a diez metros sobre ellos, no podía haber salido por ahí, a no ser que haya salido con la madre hajuul. Pero, ¿dónde estaba el ejemplar más grande?

-No logro comprender el motivo del Maestro para entrar en esta caverna. –Merk’el comenzó a razonar- Cuando hemos entrado no detectamos su rastro, de hecho llevamos sin detectarlo desde que entramos al túnel, ¿estáis seguro de que el maestro entró?

-¿Estás insinuando que hemos estado siguiendo un faso rastro?

-Insinúo que el propio maestro probablemente lo que quería era probarnos, saber si teníamos los huevos para meternos en la boca del lobo a que nos convirtieran en carpaccio de kurbog solo para cazar a la cría.

-¡Eso es absurdo!- se ofendió Hailo- ¡El Maestro es sabio y cuida de nosotros!¡Jamás permitiría que muriésemos de forma tan absurda!

-Pero…no fue algo absurdo al fin y al cabo-añadió pensativo Kin’ian-. Una prueba de hombría, conocer la fuerza del enemigo aunque fuese solo una cría… El maestro no entró en el túnel.

-Valiente estupidez –la sorna en D’hira era palpable, movía nerviosamente la lanza que había arrancado del cuerpo de la cría-. ¿Y de qué le ha servido esto al Maestro?

-Creo…que buscaba obediencia. Ciega y absoluta. –sentenció Som’atha.

-Así es. Sois hábiles.

Desde la penumbra que rodeaba la entrada lateral de la bóveda llegó la voz quebrada de Juu Highteeth. Avanzando lentamente pasó junto a los cadáveres de cazador y presa.

-Ais higs theremael, ostrae ulviel nos, jes Graem Ulvieth ais mel, amisen croen Ciclos. Descansa, joven guerrero.

-¿Así que es así? Completa obediencia hasta la tumba. Y que por la obediencia muramos. –D’hira murmuró resignada-. Susurráis la oración, pero la muerte cae sobre nuestras conciencias.

-No es así, manaril. Su muerte fue culpa suya, no vuestra. Vuelve al Ciclo como un héroe pero ha sido demasiado temerario. Vosotros sin embargo conocíais el peligro, lo afrontasteis con habilidad y perspicacia. Desgraciadamente el cazador cayó en la caza, su destino es reunirse con su presa en la Gran Colina, no cobrareis la pieza. Pero alegraos, habéis pasado el rito.

-Pero a qué precio…-Som’atha a continuación sollozó.

-Maestro –intervino Mer’kel-, ¿se puede saber dónde está la madre de esta aberración?- señaló a los restos de la cría de hajuul.

-Cuando clavé el puñal en el suelo, acerté a sabiendas en los orificios nasales. La bestia es ciega y se rige por el olfato. Volvió a la gruta, pero sabía que no se quedaría, no a merced de sus propias crías. Habrá huido por el agujero central.

Todos los manarils bajaron la mirada. En su mente aún estaba grabada la sangrienta muerte de su compañero. Los jóvenes habían compartido durante cuatro meses lecho, comida e historias. Habían sido hermanos en la caza y la caza les había unido. Ahora sentían la pérdida de Somta como la de un familiar. Pero debían resignarse. Desobedecer se consideraría acto de traición. Un cazador era el encargado de alimentar a la nación, pero también de protegerla. Eran soldados y por lo tanto se regían por disciplina militar. La traición se castigaba con la muerte.

-Está bien, jóvenes guerreros. Volvamos a Kithael. Os espera el ascenso a fairanils.

Los cinco salieron de la caverna con profunda afectación. Atrás dejaban a un hermano. En cuatro días, el cadáver de Somta serviría para que los cinco fuesen ascendidos a fairanils. La carne de los muertos, dicen, alimenta el futuro de los vivos.

lunes, 12 de julio de 2010

Capítulo III de La Maldición: La Madriguera

Un rugido estremeció el silencio del pantano. El aire se llenó de un profundo olor a cadáver y podredumbre. De repente, el cuchillo clavado en el suelo empezó a elevarse sobre un montículo, que se formaba poco a poco. Entre el polvo, los cazadores en guardia pudieron distinguir una silueta gigantesca de unas mandíbulas. Tan pronto como emergieron, desaparecieron dejando tras de sí un enorme agujero vacío. Cuando el polvo se depositó, cada cazador pudo ver a su compañero. Los seis manarils contemplaron como el Maestro saltaba al interior del agujero, con lanza en ristre y con una correa alrededor de su torso. Kin'ian, al darse cuenta de que se quedaban solos, corrió al borde del agujero:

-¡Maestro!¿Qué debemos hacer ahora? -gritó frenético.

-¡Insensatos!-se oyó desde el oscuro agujero-. ¡Ataos una cuerda y entrad con una lanza!

Inmediatamente después, Hailo desenrrolló los fardos de lanzas y D'hira comenzó a repartirlas. Merk'el buscó frenéticamente en su mochila y sacó de su interior un cuchillo tallado en un colmillo con filigranas muy elaboradas. Lo miró durante unos instantes y lo introdujo en el borde de su cinturón. Los seis manarils se colocaron en posición de ataque y se introdujeron en el agujero uno por uno. La oscuridad total reemplazó a la tenue luz de la mañana.

Los jóvenes se arrastraban con rapidez pero con cuidado por el oscuro y angosto túnel. El camino se retorcía y cambiaba de dirección contínuamente y de forma errática, por lo que los manarils se veían obligados a que sus olfatos les guiasen. Aún así, no podían ver absolutamente nada, por lo que mantenían un orden estricto. Kin'ian encabezada la marcha. Le seguían Hailo, Merk'el, Som'atha, D'hira y, cerrando la formación, Somta. Todos procuraban seguir el olor del kurbog de enfrente para evitar chocarse contra la tierra en algún giro inesperado del túnel.

-Deberíamos avisar al Maestro -susurró Hailo a Kin'ian-, sino podemos perdernos.

-Si gritamos lo más mínimo, el túnel se podría venir abajo. Es más, probablemente la entrada ya se haya derrumbado.

Un grito ahogado de sopresa sobresaltó al grupo.

-¿Estamos atrapados aquí?-preguntó eufórica Som'atha.

-¡Shhhh!- chistó Dhira-. Probablemente el túnel conduzca a la madriguera del monstruo -tras un silencio interminable, volvió a intervenir-. También...quizás...pueda llevar al exterior de nuevo.

-O puede que el bicho haya dado la vuelta sobre sí mismo y espere a que entremos uno a uno voluntariamente en su boca, ¿no?

El tono burlón no pasó desapercibido para los otros cinco manarils, Merk'el siempre tenía la manía de hablar en el momento menos apropiado y de la forma menos correcta posible.

-¡No seas estúpido, Merk'el! -reprendió en voz baja Kin'ian-. ¡Habríamos oído el grito de alarma del Maestro Juu!

Un silencio volvió a inundar el túnel mientras los muchachos lo recorrían velozmente. La tierra húmeda se adhería a las patas y a los hocicos. Todos llevaban los ojos cerrados, no sólo porque les eran inútiles en la completa oscuridad, sino también para protegerlos de la tierra que caía constantemente del techo de la galería. Si la lucha contra el hajuul ocuriese en el exterior necesitarían los cinco sentidos intactos y al máximo. Un pequeño carraspeo rompió el sepulcral silencio:

-Quizás...quizás -Merk'el continuó con voz trémula-, ya se lo haya tragado...

Un susurro ahogado volvió a estremecer al grupo. Todos habían tenido en cuenta esa posibilidad, pero ninguno se dejaba inundar por el pánico lo suficiente como para permitir poner de manifiesto esa situación. Ni siquiera Merk'el se permitía el lujo de perder los nervios. Sus afirmaciones no eran sino fruto de su curiosa forma de ser. Necesitaba demostrarse a sí mismo que por muy extrema que fuese la situación, podría mantener la calma como Kin'ian. Pero, en su caso, esa fingida fortaleza se tornaba en insolencia cuando sus pensamientos salían de su boca. Su tono, nacido del nerviosismo, tornaba sórdidas las situaciones más peliagudas.

Los seis cazadores continuaban avanzando por el túnel. Llevaban un buen rato persiguiendo olores. Los únicos leves sonidos que diferenciaban eras sus propias respiraciones y el crujir de los terrones de barro bajo sus garras. Los muchachos no lo notaban, pero poco a poco la madriguera se estaba inundando ligeramente, pasando de vez en cuando por hilillos de agua que caían del techo y humedeciéndose cada vez mas la tierra que removían al pasar. Por suerte, uno de los chicos se fijó en ese detalle a tiempo.

-Tened muchísimo cuidado. Estamos debajo de una bolsa de agua -susurró con autocontrol Kin'ian mientras no disminuía su velocidad- , si no nos damos prisa y vamos sin cuidado el pantano se nos puede venir encima.

Esta afirmación habría sido recibido con un nuevo susurro ahogado de miedo de no haberse escuchado claramente unos pequeños gemidos provenientes del fondo de la gruta. Kin'ian se detuvo entonces de inmediato, interponiendo el brazo para impedir avanzar al resto. Seguían en completa oscuridad y su olfato no captaba nada.

-Puede ser el maestro.-susurró Somta.

-Imposible, -contestó rápidamente D'hira-. No capto su olor. De hecho no capto absolutamente nada, pero es obvio que hay algo más adelante. Esos gemidos son más suaves que la voz de alguien pidiendo ayuda.

-Aún así, ¿qué podría pasarnos?. En cualquier caso, serían como mucho algunas mashenas de tierra que muerden raíces. Echemos un vistazo. -Somta hizo ademán de avanzar empujando a D'hira, pero ella le bloqueó el paso con su brazo.

-Las mashenas no soportan el agua, y estamos completamente empapados.

-Entonces -replicó con hastío el joven-, ¿qué clase de criatura crees que puede vivir bajo tierra, gustarle el agua y hacer esos ruiditos tan agudos?

-¡El hajuul! -el grupo se sobresaltó por el tono elevado de Merk'el. Kin'ian inmediatamente le reprendió.

-El hajuul ruge, idiota. ¿Acaso no oistes el estruendo ahí arriba?

-Cierto -intervino D'hira-, pero lo que hay aquí es bastante similar, aunque no en tamaño. Creo que estamos cerca de un nido. Un nido de hajuuls, chicos.

Los gritos ahogados de miedo volvieron a sumergir al grupo en un estado de agitación, todos susurraban sobre las posibilidades de que estuviesen tan cerca de la madriguera de cría de un hajuul hembra.

-Lo más probable esque no captamos su olor porque aún no han eclosionado los huevos, aunque las crías deben estar a punto de nacer. Parece que los gemidos son desesperados. Llaman a la madre. -explicó D'hira al grupo.

-Sea lo que sea -sentenció Kin'ian-, no vamos a conseguir saber lo que es aquí parados. Voy en cabeza.

Kin'ian abrió la marcha decidido y el resto le siguió sin nada que objetar. Según avanzaban cada vez más en el intrincado túnel se iban empapando cada vez más. Sin embargo, comprobaron al abrir los ojos, como poco a poco una tenue luz llegaba al túnel. Y en el siguiente giro lo vieron.

El túnel se ensanchaba de manera increíble, formando casi una bóveda de diez metros de alto. En la parte superior de la caverna, un agujero de un diámetro no mayor que un brazo permitía el paso a la luz que, en medio de tan profunda oscuridad, era similar a un trozo de sol en una noche cerrada. La dirección de la luz iluminaba practicamente el centro de la gruta. Los manarils, que salían uno a uno del estrecho túnel, pudieron verlo. Se trataba de un círculo hecho con raíces y rodeado de agua en el cual reposaban dos grandes huevos azules, semitransparentes. Curiosos aunque alertas, los jóvenes inspeccionaban la bóveda de tierra.

-Esto es increíble -se maravilló D'hira-, es demasiado grande para que lo hubiese hecho un hajuul, probablemente era una caverna natural y la bestia excavó los túneles más tarde.

-Me importa un bledo, sinceramente. Sólo quiero saber dónde está el Maestro.- dijo Kin'ian con desprecio.

-A mi lo que me interesa saber es la hora exacta a la que va a venir mamá a dar de comer a sus cachorritos...¿eso que acabo de ver a través de la cáscara es una zarpa?¡Ah, no! Menos mal, ¡era un colmillo!

-¡Basta Merk'el! -levantó la voz D'hira-. Independientemente del Maestro, estamos en el nido de la bestia. Tarde temprano tendrá que regresar para alimentar a las crías. Voto por esperarla agazapados y aprovechar para atacarla.

-Recuerda que una madre que protege sus crías vale siempre por dos, D'hira.-dijo Hailo con autodeterminación.

-Cierto, -corroboró Kin'ian, el cual buscaba en la pared de la caverna rastros de algún otro túnel excavado por el hajuul- pero no veo ningún túnel más. La madre debe haber salido por la parte superior.

-Entonces...-susurraba temblorosa Som'atha-, se ha llevado al maestro...lo ha matado o se lo ha comido.

-Muy improbable -señaló Somta mientras se acercaba al nido-. Si los huevos están a punto de eclosionar necesitarían comida. La madre probablemente utilizaría el cadáver del maestro para alimentarlas, no se lo comería ella y tampoco lo dejaría tirado por ahí.

Somta se observó alrededor de las raíces húmedas. No había signos de que la tierra alrededor se hubiese removido recientemente, y los huevos no presentaban ni brechas ni marcas de garras. Probablemente llevarían mucho tiempo ahí dentro.

-Según tengo entendido -con los brazos en jarra D'hira miraba al boquete de luz del techo de la bóveda-, los hajuuls dejan a las crías para que se desarrollen solas hasta que sea la hora de que eclosionen los huevos y pueda alimentarlas con sus primeros trozos de carne. Debió olernos cerca y nos consideró un primer plato muy apetecible para sus pequeños bastardos.

-Pero es raro -Kin'ian olisqueó el aire-, noto el olor del Maestro por toda la caverna, ha estado aquí.

-Pues no creo que haya tocado los huevos, están intactos -Somta señaló a los dos grandes huevos azules. Aunque quizás...

-Simplemente debemos esperar a que vuelva la madre -cortó D'hira-. El Maestro probablemente escapase por el agujero y el hajuul vio como única oportunidad de conseguir comida el capturar al señor Juu. Sin embargo, bajo ninguna circunstancia debemos tocar los huevos.

-¿Eso por qué? -preguntó Merk'el mientras miraba por el túnel por el que habían entrado.

-La cáscara es como un terrón de tierra. En cuanto se toca se desmorona. La cría entiende esto como que es la hora de salir y busca comida. A veces puede atacar a la madre ya que el hambre que...

Un grito sacudió toda la caverna. Kin'ian, D'hira, Merk'el, Hailo y Som'atha se pusieron en posición de ataque y miraron en dirección al nido. En él yacía lo que debía haber sido la mitad superior de Somta, mientras que las piernas del manaril se encontraban cerca del borde del nido. De las entrañas de las piernas asomaba una cola muy lisa de color verdeazulado y con una aleta de cuatro puntos. Los jóvenes se quedaron horrorizados. Enfrente suya, un huevo había eclosionado y la cría había pegado un bocado a lo primero que tenía delante, en este caso se trataba de Somta. Preparándose para atacar, los manarils prepararon las lanzas. Entonces la cría fue poco a poco saliendo de los trozos de carne que antes pertenecieron al joven e imprudente manaril y mostró el resto de su cuerpo.

Tenía seis patas rechonchas pero fuertes. Las cuatro traseras tenían forma de aleta con espinas a los lados y las frontales tenían unas garras grandes y amenazadoras, considerablemente grandes para desgarrar carne y cavar en la tierra. Su cabeza tenía forma de boomerang, pero era grande y sobresalía del cuerpo con gracia. El torso del animal era completamente liso y tenía una aleta superior que recorría casi toda la espina dorsal. La cría levantó la cabeza y los jóvenes vieron que no tenía ojos, solo un par de fosas nasales hiperdesarrolldas en medio de la cabeza. Pero eso era un detalle menor. Ahora la cría les miraba y mostraba tods sus encantos. Cuatro filas de dientes, cada uno del tamaño de un pulgar humano, afilados y listos para cortar carne. Sin duda era un milagro de la naturaleza, completamente adaptado a su medio. El milagro viviente les "miró" y saltó sobre los jóvenes sin tregua.

viernes, 9 de julio de 2010

Capítulo II de Purgatorio: "Amigos"

Desde que había sido nombrado capitán, las funciones de Meth se diversificaban y , desgraciadamente, aumentaban también en cantidad. Nunca tenía tiempo para nada: informar acerca del estado de entrenamiento de su tropa, pequeñas tareas encomendadas por sus superiores, entrenarse él mismo. Siempre atareado y cansado, pero procuraba poner todas sus energías en lo que hacía.

Había sido criado en un orfanato de Ëthrell hasta los doce años. Su madre, una artista ambulante abierta de mente e igualmente de piernas, era incapaz de cuidar al niño y lo dio en adopción. Su infancia en el orfanato fue bastante feliz. Sus primeros años transcurrían entre risas y juegos junto a los otros huérfanos, los últimos cuatro los dedicó al estudio de la música y la poesía, ya que casi todos los huérfanos acaban siendo o artistas o juglares. Sin embargo, sintió la llamada a las armas demasiado jóven y decidió enrolarse en el ejército en cuanto tuvo edad suficiente para sostener una espada. La división de infantería del ejército regular de Ëthrell siempre daba la bienvenida a carne de cañón. Sobre todo si es huérfana. Nadie echa de menos a los huérfanos.

Meth estaba en el patio de los barracones a media tarde. Charlaba animadamente con su tropa, una guarnición de diez hombres, todos infantería de avanzada:

-Jefe, sinceramente no entendemos que hace por ahí remoloneando con la "brujita"-se atrevió un jóven bajito y achaparrado.

-Eso creo que no son asuntos de vuestra incumbencia. O le dais más al mandoble u os mando a las barracas sin brazos esta noche.

-Pero...si...mi señor...¿no ha oído lo de su promoción?-preguntó otro larguirucho que sujetaba el tronco de un árbol con la espalda.

-¡No me fastidies, Fereld!-se ofendió mientras escupía al suelo-. Os he dicho mil veces, malditos cabezas de chorlito, que no soy ni señor ni Lord ni su puta madre, hablando en plata. Y sí, he oído lo de la promoción pero por lo que a mi concierne no me interesa ser sargento. ¡Por el amor de dios!¿Si no puedo casi ni controlar vuestras lenguas voy a controlar a un batallón entero?-Meth estalló en carcajadas contagiándole su alegría al resto.-¡Y ahora, a darle a la espada, moved ese culo!

La infantería se puso rápido en movimiento, asestando estocadas a unos peleles de arpillera rellenos de paja. Mientras, el joven capitán observaba y corregía a sus subordinados. Su promoción y ascenso estaban en boca de todos los capitanes, de los más de cincuenta. La jerarquía militar en el ejército de Ëthrell era compleja, sin embargo estaba muy bien definido quien mandaba: Por debajo del rey y del consejo, los únicos que tenían poder real eran los cinco generales.

Recordaba bien el día de su primer ascenso en la cadena de mando. Había sido por su actitud heróica durante unas maniobras. La pequeña tropa a la que pertenecía había quedado aislada en una garganta del río Medass. La caída era considerable y sólo se podía llegar al otro lado a través de un puente de madera maltrecho y, como es obvio, demasiado expuesto. El enemigo (miembros del mismo ejército pero de una facción diferente durante los juegos de guerra) se encontraba oculto entre los árboles que recorrían el sendero del lado contrario de la garganta. El capitán dio la orden de avanzar a paso ligero y cruzar el puente antes de que el enemigo pudiese divisarlos. La orden, estúpida y arriesgada, como de costumbre en estos casos, no surtió efecto. Un soldado enemigo les divisó y los efectos se hicieron de notar enseguida. Dio la casualidad que se fueron a encontrar precisamente con soldados de la división mágica, la "división maldita". En efecto, como autómatas, los únicos tres enemigos apostados en los alisos del camino pronunciaron en alto sus runas. Una poderosa explosión sacudió todo el puente. Los que no murieron carbonizados calleron a las fauces del río Medass. Sólo sobrevivieron cuatro, entre ellos el incompetente capitán y Meth. Las heridas que produjo el fuego en el jóven no fueron graves, pero para el capitán estaba claro que "grave" era decir poco. Completamente ciego y con profundas quemaduras de tercer grado, era una masa sanguinolenta de carne carbonizada. Consiguió alejarse del puente y bajar de la montaña por el lado que habían subido. Los tres soldados supervivientes, aunque cada uno tenía profundas heridas, llevaban al capitán en una capa de piel de venhorn. Sólo llegaron al campamento Meth, el capitán y uno de los supervivientes, el otro no pudo soportar las profundas quemaduras y murió desangrado. Tras recibir tratamiento, fue informado de la muerte del otro compañero, así como la de su capitán. Cuando regresó al bastión del ejército, en el palacio de Ëthrell, le otorgaron la medalla al valor y el ascenso. En el fondo nunca pensó que lo mereciese, sólo contaba con dieciocho años por aquel entonces. Aún así, todavía guardaba un profundo resentimiento hacia la división mágica. Aquel "desafortunado accidente" fue ciertamente desafortunado, pero nunca fue un accidente.

Ahora contemplaba a sus propia tropa y se atormentaba con la visión de su propio capitán, muerto como un héroe, pero una muerte merecida por su estupidez. Se lamentaba de las otras diecinueve almas que se había llevado con él gracias a esa orden.

Un hombre, con una capucha negra y una armadura del mismo color se acercó. a Meth. El jóven no se dio cuenta de su presencia hasta que comenzó a hablar:

-Veo que la tropa se entrena bien estos días, hace bien. No queremos repetir otro incidente como el que ocurrió hace tres años, ¿verdad capitán?

Extrañado, Meth se dió la vuelta e inmediatamente se puso firme. Reconoció enseguida a Gweyn Villenforth, general de los comandos especiales de Ëthrell. Era un hombre alto y fornido. La capucha venía dada por su división. Los comandos especiales se encargaban de misiones que requerían una actuación rápida y sigilosa por lo que siempre iban enmascarados con capuchas negras. Se les llamaba coloquialmente la "división en la sombra", ya que sus misiones siempre eran secretas. No eran espías, eran más bien asesinos.

-¡Mi señor Villenforth!-cohibido por la afirmación del general, Meth titubeó-. Procuraré no cometer los mismos errores que mi predecesor.

-Veo claramente que tu tropa ha reducido su número significativamente, ¿acaso tu pelotón está maldito? -insinuó sardónicamente el general.

-No mi señor. Nuestros efectivos disminuyeron a petición propia. Una tropa de menor número es más manejable y podemos cumplir órdenes con la misma eficacia.

-Ya veo, menos soldados, menos almas que cargar en tu conciencia. Eres astuto, capitán.

-Respeto sus pensamientos, mi general, aunque no los comparto.

-Los compartirás, amigo. Mañana partís. Sereis mi "escolta"-remarcó la palabra con una entonación divertida.-Mis hombres, tus hombres y tu "amiga" la alquimista vamos a dar una vuelta por Forthiund. Preparaos, mañana a las cinco de la mañana, puerta de la luna, es una orden. Mañana se os explicará el objetivo de la misión.

El general se despidió de Meth con un movimiento de cabeza. Inmediatamente después el capitán repartió órdenes de prepararse. En su cabeza bullían multitud de preguntas. ¿Porqué un general de la división más peligrosa de todos los batallones iba a necesitar escolta de una simple tropa de la división de infantería?¿Qué tenía que ver Dahlia, magister alquimista de palacio, con esta misión?¿Qué le esperaba en Forthiund, una pequeña ciudad fronteriza con el país vecino de Agilo? Pero aún así algo le inquietaba aún más. Pese a la evidente burla que le había hecho el general, había notado cierta tristeza en su tono al pronunciar la palabra "amigo". Sólo un general podría permitirse el llamar amigo a un subordinado en el campo de batalla. Y sólo si ambos estaban en combate, en igualdad de condiciones.

lunes, 28 de junio de 2010

Capítulo I de Purgatorio: Sueños y esperanzas

-No dejes que me caiga, Meth. Te lo advierto.-Sus ojos azules se posaron en los del chico y frunció el ceño.

-¡No seas tonta!-replicó Meth, agarrándola con más fuerza por la cintura- ¿En serio me crees capaz de dejarte caer?

-No sería la primera vez que me gastas una de tus bromas- contestó la chica con ironía-. La última vez me dejastes encerrada en el establo. Y no lo habías recogido antes...

Meth se rió con tanto entusiasmo que casi deja caer a la chica. Reaccionó rápido y la agarró aún más fuerte, esta vez por el vientre y acercándola aún más a él. La chica se asustó y con rapidez buscó la seguridad del brazo del joven. Al agarrarse a él giró la cabeza y se encontró frente a frente con su rostro. Examinó sus delicadas facciones, recorrió su boca pequeña, su nariz algo respingona y sus ojos profundamente negros. Sus cabellos castaños caían desordenados por su frente. La cercanía ruborizó a la chica, que rápidamente se dio la vuelta para seguir con su tarea. No lo notó, pero Meth también estaba rojo de vergüenza.

-Te dije que me sujetaras-dijo la chica un poco cohibida por la violenta situación-. No me sueltes, por favor.

-Jamás te dejaría caer, Dahlia -la voz de Meth era seria y firme, amaba a esa chica, no permitiría que le ocurriese nada-. Tenemos que recomponer el sello rápido y sólo tú puedes, no más distracciones.

-¿Prometido?

-Prometido.

Dahlia, con mano experta, pasaba los dedos por el sello que tenía frente a ella. El sello se encontraba en un pilar en el centro de un agujero, por lo que necesitaba ayuda para acercarse a él. Se encontraban en las salas de alquimia del palacio de Ëthrell. El sello de contención que mantenía a los proyectos secretos a salvo había dejado de funcionar y debía ser reparado cuanto antes. Para ello Meth Giglia, capitán de la guardia de palacio; y Dahlia Crimson, magistrada alquimista de Ëthrell, habían acudido a recomponerlo. No era una tarea sencilla ya que requería extrema precisión, de lo contrario, las runas de protección se activarían bloqueando el mecanismo y neutralizando a los manipuladores.

-Maldita sea -sus dedos aún recorrían el sello, evitando el contacto con los símbolos grabados alrededor de él-, está completamente descompuesto, habrá que volverlo a grabar.

-¿Acaso Hubris no cuida de que no se deteriore?

-Ese era su trabajo -dijo Dahlia, echándose hacia atrás para recuperar el equilibrio. Meth dejó de sujetarla-, pero creo que pasa más tiempo enfrascado en sus proyectos que preocupándose de que no dejen de ser secretos.

Meth asintió con un suspiro de resignación. La fama de olvidadizo de Hubris, el general del batallón mágico del ejército, era conocida en todo palacio. Sus constantes investigaciones le hacían perder el interés por todo lo que ocurría a su alrededor y rara vez se le veía fuera de las salas de alquimia, salvo para hablar personalmente con el rey. Sus avances en materia rúnica eran muy apreciados, sin embargo, sus investigaciones alquímicas habían sido relegadas a un segundo plano. Según sus propias palabras: "Las runas son el futuro de la humanidad, la magia dirigirá su destino y debemos estudiar sus posibilidades".

-Bueno, ¿crees qué puedes volver a grabarlo?- preguntó el joven.

-Es bastante posible -Dahlia caviló unos instantes y se giró hacia un cofre situado en la esquina de la habitación-, tráeme el zimbrón y la jhamera. Y un poco de tiza, por favor.

Meth se acercó al cofre y sacó una pequeña pirámide triangular y grisácea, tan pequeña como un dado y grabada con un símbolo en cada una de sus caras, y una vara de cobre con una punta afilada en un extremo y un receptáculo esférico en la otra, además de un saquito con polvo de tiza. Se encaminó a dónde esperaba Dahlia.

La observó, estaba enamorado de esa mujer, y lo sabía, ambos lo sabían. Pero ella no le quería, y eso marcaba al joven capitán. Sus cabellos rojos y ondulados caían gracilmente sobre sus pechos, sus ojos azules le miraban con impaciencia y sus labios finos y carnosos se movían al chasquear la lengua. La joven vestía un traje de faena, con un jubón de cuero blanco y unos pantalones de lino, unas botas de cuero de caña alta remataban el conjunto. Su forma de vestir masculina no disminuía su indiscutible belleza.

-Aquí tienes-entregó los aparatos y la bolsita a la mujer-, nunca he comprendido cómo haces estas cosas. ¿Mágia rúnica?

-¡Magia rúnica dice!-se ofendió.Mientras tanto, abría el receptáculo de la varilla de cobre (la jhamera) e introducía la pirámide (el zimbrón) en él- Ésto es alquimia en estado puro, muchacho, "magia" natural. No cómo esa estúpida moda de usar las "palabras poderosas"- el zimbrón comenzó a emitir una tenue luz azulada y giró en el receptáculo como queriendo escapar de él.

Dahlia se acercó a la columna y pidió a Meth que la sujetase de nuevo. De la punta de la jhamera se desprendían chispas azuladas similares a la luz del zimbrón.

Meth nunca había entendido la alquimia y mucho menos a los alquimistas. Era un gremio muy selecto y sus miembros se escogían en secreto. Miles de niños habían sido arrancados de los brazos de sus familias en virtud de la supervivencia del noble arte de la alquimia, la "magia natural" como acostumbraba a llamarla Dahlia. Se desconocía tanto la localización de su sede como los rituales que habían de pasar los "estudiantes" para engrosar sus filas. Sólo se podía ver el resultado final: Un taumaturgo en completa comunión con los elementos que le rodean. Un alquimista era capaz de sentir la energía del metal, ver las partículas del agua o incluso oir la tensión en la madera. Para ellos, todo lo material era único y, gracias a los rituales que habían sufrido, podían modificar su estructura a voluntad, a coste de su propia energía.

La varilla describía círculos y líneas mientras el joven capitán observaba. Dahlia terminó de dibujar el sello y, con un ademán de la mano, hizo que Meth la llevase de nuevo hacia atrás. Cuando se volvió sus ojos se juntaron de nuevo. La chica, agarrada a sus antebrazos, bajó poco a poco sus manos hasta rozar con sus finos dedos las palmas de él.

-Estoy cansada. -su mirada estaba fija en sus manos y su voz tenía un tono amargo- He de irme.

Él la miraba, miraba su rostro y miraba su pelo. Algo le quemaba por dentro, quería abrazarla pero sabía que no podía. Sencillamente habían nacido en condiciones diferentes. Aunque estuviesen hechos el uno para el otro siempre habría una barrera invisible que no les permitiría estar juntos. Quizás el destino. Quiso ser hechicero. Así cambiaría el destino. Pero sólo era un simple sueño.

Y los malditos sueños siempre siembran la esperanza.

domingo, 27 de junio de 2010

Prólogo de Purgatorio

Rojo, veo rojo.

Mis retinas arden, el color inunda mi mente y penetra en mis pensamientos. El dolor me recorre pero no puedo moverme. ¿Qué ha sido de mi? No puedo abrir los ojos y aún así...ese color.

¿¡Qué está pasando!?¿¡Alguien me oye!?

No, ni siquiera puedo gritar. Mis labios no se han movido. ¿Acaso me he perdido en mi propia mente? No, debe ser fruto de un hechizo. Pero, es tan real...

¿Estoy tumbado? No, quizás de lado. Creo que simplemente estoy flotando. Maldita treta, no conseguirás hacerme desaparecer hechicero de tres al cuarto, ¡me oyes!¡Te despellejaré, engendro!

Empieza a hacer frío, quizás...ésto...no. Puedo pensar con claridad, no debo dejarme llevar por las apariencias. El color es solo una ilusión, sé que tengo los ojos cerrados. Pero aún así...no lo veo..."siento" el rojo. ¿Qué diablos ocurre?¿¡Qué cojones me has hecho!?

No noto mis miembros. Voy perdiendo la sensibilidad, ¿me ha drogado? No, imposible. No he comido desde hace tres días. Quizás su hoja...no. Es un maldito mago, no se rebajaría. Un hechizo pues...pero...mis runas deberían haberlo detenido, ¿por qué no han reaccionado?¿¡Acaso me has matado, jodido prestidigitador!?¿¡Lo has conseguido!?

Quizás sí es cierto, noto como un cosquilleo en lo que antes eran mis brazos. Mis runas...abre los ojos...¿qué está ocurriendo?Abre los ojos, ábrelos.

¡Aaaaaagh!¿¡Qué ocurre!?¡Mis brazos arden!Mis runas, están siendo...no...¡no!¡No lo haré!¡No lo pronuncies!¡Cállate!

¡Aaaaaaaaaarrrrrgh!

Dahlia...tengo frío...abrázame.

Dahlia...¿por qué no me abrazas?

¿Dónde estás?

miércoles, 23 de junio de 2010

Apéndice: La fundación de Kurbogia y la Guerra de las 7 Lanzas

Los kurbog no siempre han vivido y han luchado bajo un mismo estandarte. La creación de una nación como Kurbogia es cuanto menos reciente y el país, aunque joven, ha dado rápidos signos de fortaleza y cohesión. Sus gentes se sienten orgullosos ciudadanos de Kurbogia, sin embargo hubo una época en la que ésta raza de hombres-perro estaban divididos y enfrentados.
Cercano al 1120 de la segunda era, Kurbogia como tal no existía. Sólo había una serie de pequeños asentamientos tribales en los bosques del norte. La comarca de los bosques (conocida como la comarca de Gosso) estaba poblada de tribus nómadas de kurbogs. Cada tribu servía a lo que llamaban un Janalm, o "señores de la caza", que dirigían a su gente persiguiendo a las manadas de saurios navaja o de yamanes. Su economía de subsistencia les bastaba para mantenerse y crecer en número. Pero según fueron creciendo las tribus comenzaron las disputas.

Pese a que los kurbogs eran nómadas, poseían un gran instinto de territorialidad y no permitían que una tribu rival cazase a las manadas que perseguían, ni que se acercasen a sus asentamientos. Sin embargo, dado el reducido número de kurbogs de cada tribu estas disputas se solían saldar con pocas bajas, ya que el bando derrotado, por una cuestión de honor, abandonaba el lugar rápidamente.

Pero poco a poco las tribus fueron creciendo, y se fueron fusionando. Muchas seguían siendo nómadas pero empezaron a aparecer los primeros poblados sedentarios gracias al conocimiento de una agricultura rudimentaria pero efectiva. Los bosques de Gosso eran demasiado reducidos para albergar a la exponencial cantidad de población kurbog, por lo que una de esas tribus (la tribu Fearjaw) decidió asentarse en las tierras altas de Joon, al oeste de los bosques. Las tierras altas eran muy fértiles y abundaban las manadas de saurios navajas por lo que la tribu Fearjaw prosperó con rapidez. Tras ellos, otras tribus se fueron asentando en las tierras del exterior del bosque.

Cuatro tribus destacaron por encima de las demás: los Fearjaw de las tierras altas de Joon, al noroeste; los Shimmerpaw en las llanuras de Hoj, al sur; Los Bloodfur en las montañas de Canderia, al este de los bosques; y los Redfang en los propios bosques de Gosso. Esas cuatro tribus, todas extremadamente territoriales, comenzaron a llevar a cabo escaramuzas entre ellas. Generalmente, los motivos de los ataques eran por la escasez de recursos en unas zonas (en Canderia, por ejemplo, la agricultura era muy pobre, no como en Hoj), pero pronto empezaron las pugnas por una mayor parte de territorio. Al final cada tribu se encontraba luchando con tres enemigos a la vez. Los kurbog entraron en la primera guerra de su historia.

Los kurbog son seres extremadamente honorables, y las batallas sólo las libraban aquellos guerreros que habían sido designados como "favoritos" para defender el honor de su tribu. Cada Janalm llegaba al campo de batalla ,previamente pactado, y elegía a sus guerreros para el enfrentamiento. Ambos bandos escogían el mismo número de guerreros que el contrario, así la lucha sería honorable y la victoria más justa y placentera. Pese a la aparente pasividad que presentan los kurbogs en la guerra, se tratan de guerreros consumados y realmente fieros. Dado que su modo de vida es la caza, su forma de luchar, de moverse, su fuerza y su habilidad manual son increíbles y aquellos elegidos para la batalla luchaban con crueldad y rudeza. Tras el encuentro, los que sobrevivían proclamaban ganadores a su tribu, y la tribu rival abandonaba el lugar y, por tanto, las tierras o recursos que se jugaban en la contienda.

Pero en 1354e2, el Janalm de la tribu de Fearjaw deseaba un alto el fuego, ya que se dio cuenta de que la población de cada tribu había sido diezmada poo a poco, sin importar del bando que fueran. Así que decidió reunir a los Janalm del resto de tribus para proponerles un pacto de no agresión. El lugar elegido fue el santuario de Kajs, en el centro de los bosques de Gosso, un lugar sagrado para todos los kurbogs. Allí se reunieron el Janalm de Fearjaw, An'drej Fearjaw; el de Bloodfur, Amein Bloodfur; el de Shimmerpaw, K'ol Shimmerpaw y el triunvirato de la tribu Redfang (ya que representaban la unión de tres tribus anteriores) llamados J'ails Redfang, Kan'ola Redfang y Faers Redfang. An'drej, artífice de la reunión propuso el pacto alegando que la guerra solo les estaba llevando a una época de hambre y pobreza. Sorprendentemente los siete estuvieron de acuerdo en las consecuencias pero no había consenso en cuanto a una solución pacífica al problema. Kan'ola Redfang, anciana y líder espiritual de su tribu, decidió invocar a la Ley del Círculo, por la cual todo kurbog deja de tener identidad social (deja de pertenecer a una tribu) para emplear la identidad racial.

La Ley del Círculo es una tradición kurbog que se usaba en disputas irreconciliables entre individuos, tribus o familias con diferencias. Al adoptar la identidad racial, el kurbog debe hablar por el bien de su raza, y no por su propio bien o el de su familia o tribu. Esta tradición bebe directamente del instinto de autoconservación y protección natural de todo kurbog, por el cual protegen lo que más quieren con su vida. Al invocar dicha ley, los siete Janalm se vieron obligados a hablar por el bien de su raza y no por el de la tribu. De esta manera Amein Bloodfur propuso la unión de las 4 tribus en un estado, gobernado por los siete Janalm en consenso, como consejo de sabios. De esta manera se aseguraban el fin de las disputas, el reparto equitativo de los recursos y recuperar la población diezmada por las guerras.

De esta manera nació Kurbogia. Los Janalm eligieron como capital de su nueva república al, por entonces, asentamiento de Kithael. Pronto Kithael floreció como una ciudad y se convirtió en el centro cultural y de comercio de la sociedad kurbog. El consejo de los siete Janalm, dirigía el reciente estado. Aunque al principio sólo se podía acceder a ser Janalm por herencia de cada tribu, pronto se fue desdibujando esta frontera y los kurbogs rápidamente olvidaron las diferencias entre unos y otros. Aunque su estructura de gobierno sigue siendo de siete gobernantes, éstos se eligen por sus logros y luego el pueblo decide si mantener al Janalm o que dimita, y es independiente de que tribu proceda, ya que ya no existen como tal (Sólo queda el remanente en ciertos apellidos). Al episodio de la guerra tribal se le denominó Guerra de las Siete lanzas y marcó el inicio de la poderosa sociedad kurbog en Dan'n'thel.

lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo II de La Maldición: El Hajuul

La mañana rompió a la hora prevista, como todos los días. El bosque poco a poco se despertaba y se arreglaba para los cazadores que debían emprender la marcha vistiendo sus mejores galas de verde hoja y marrón tronco. Mientras tanto, el campamento se desperezaba con frenética actividad.

Los seis jóvenes manarils a las órdenes de Juu Highteeth se apresuraban en asegurar los cajones de las presas, en recoger las tiendas, juntar los aparejos y demás instrumentos de caza y borrar todo rastro de que allí durmieron siete kurbogs la noche pasada. Kin’ian se afanaba en juntar todas las lanzas en un fardo para ser transportadas mejor, pero en sus intentos de atarlas solo consguía que se descolocaran y cayesen al suelo. Con un suspiro de frustración recogió las armas y volvió a intentarlo.

-Es admirable tu tesón, pero así solo conseguirás tirarte toda la mañana para tener que llevarlas todas en ambas manos por no haberlas atado.- surgió una voz a su espalda.

Kin’ian se volvió con cara de irritación y dirigió una mirada de reprimenda a la mujer que recogía las tiendas detrás de él.

-¿Acaso tú conoces una forma mejor de atarlas?-replicó con ironía

-Conozco cinco formas de atarlas -dijo la joven mientras seguía con su tarea-, y ninguna pasa por dejarlas caer al suelo. Espera - la chica se acercó hacia Kin’ian sonriendo y con un toque irónico dijo-, te las muestro.

Cogiendo las siete lanzas que aún tenía en la mano Kin’ian y las cinco que dejó caer empezó a pasar una cuerda alrededor de cada una, mientras las disponía en paralelo por el suelo. Una vez atadas cada lanza, comenzó a enrollar la cuerda haciendo un fardo perfecto con las lanzas. El joven vigilaba todo el proceso con cara de derrota y el puño crispado en señal de fastidio.

-No te preocupes, khalit, –dijo la muchacha mientras le entregaba el fardo- nadie nace sabiendo.- y una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.

“Pero yo sí debería haberlo sabido” Pensó Kin’ian. Aún mirando al suelo, una mezcla de envidia y vergüenza recorría su mente y su cuerpo.

-Por cierto, soy D’hira. No te veo mucho por el campamento- con un gesto desenfadado siguió recogiendo las tiendas-, ¿Cómo te llamas?

-Kin’ian, - Al pronunciar su nombre una mirada de asombro recorrió el rostro de la chica- no suelo permanecer mucho en el campamento, suelo cazar, a eso hemos venido, ¿no? –comentó con sorna.

-Bueno, sí. Pero a algunos les gusta saber con quién lo hacen. – con una piqueta aún en la mano se encogió de hombros- Por eso es un “grupo de caza”, ¿verdad? – Contestó también con ironía.

Kin’ian dejó escapar un bufido y se agachó para recoger el fardo de lanzas, se lo ajustó a su espalda y lo agarró por la cuerda que colgaba. Notó enseguida que las lanzas se mantenían en su sitio, ordenadas y bien empaquetadas. La muchacha volvió a su tarea de recoger las tiendas de campaña. Kin’ian la observó un momento. Su pelaje era marrón oscuro, muy liso y sin ninguna mancha. Sus orejas eran puntiagudas y su hocico algo corto. Pero lo que más llamaba la atención de la joven era el color de sus ojos, un ojo verde oliva y el otro marrón claro. Nunca había visto ese tipo de ojos pero les parecieron extraordinariamente bellos. Ella se giró entonces encontrándose con la mirada del joven. Cuando se dio cuenta, el muchacho giró tan bruscamente que se le escapó la cuerda que sujetaba el fardo y le cayó encima de la pata. Kin’ian soltó un patético gritito y empezó a saltar agarrándose la pata lastimada. Su improvisada danza arrancó las carcajadas de D’hira. Con su orgullo herido, Kin’ian dejó de saltar recogió su fardo y se encaminó apresurado hacia el otro lado del campamento seguido de cerca por la mirada de la muchacha, que seguía sonriendo mientras le veía marchar.

Los cazadores partieron temprano. Atravesaron el bosque hacia el oeste, hacia las tierras pantanosas. Se movían en fila y de forma sigilosa. De vez en cuando hacían algún alto en el camino para tomar un respiro y beber un poco de agua. Llegando al límite de los pantanos se hizo una última escala. Merk’el estaba sentado en una roca cerca del Maestro Juu, que permanecía de pie en el centro de un pequeño islote de tierra, olisqueando el aire. El pequeño terrón de tierra se hallaba cerca del borde de las tierras pantanosas de Juiinam. Estaba curiosamente limpio de matorrales, arbustos y demás vegetación. Era un sitio estratégico perfecto: Había varias rocas donde poder esconderse y donde descansar, la vegetación no impediría el paso si había que escapar o correr y el hecho de que se encontrase cerca de la frontera del pantano hacía más sencilla la huida hacia el bosque en el caso de que el hajuul diese problemas serios. Todos ya habían dado por hecho que ese sería el punto de montar el campamento así que empezaron a deshacerse de los aparejos.

-Exactamente, -se dirigió Merk’el al Maestro- ¿dónde vive un hajuul?

El Maestro ni siquiera le dirigió la mirada al chico mientras hablaba, estaba absorto en detectar el olor de algo en el aire.

-Los hajuuls son bestias enormemente fieras. Su gigantesco cuerpo se mueve a gran velocidad por el barro y las charcas del pantano. –Su hocico detectó algo y entrecerró los ojos como intentando centrar su mente en ese único rastro- Cazan a sus presas mediante emboscadas, camuflándose con los árboles.

-Pero, si son tan grandes, -Dijo con un tono cada vez más bajo, el ambiente opresivo del pantano y el, cada vez más extraño, comportamiento del maestro Juu invitaba a susurrar las opiniones en vez de expresarlas en un tono normal- ¿Cómo consiguen esconderse tan bien?

-Viven y viajan parcialmente bajo tierra. –Dijo también bajando el tono de voz, su expresión se iba tornando cada vez más concentrada, como si supiera poco a poco hacia dónde se dirigía el olor que captaba- Solo se les puede ver fuera cuando atacan, y aún así mantienen parte de su cuerpo enterrado.

Kin’ian, apoyado en un árbol olisqueó algo diferente en el ambiente, como un olor a carne podrida. Penetraba cada vez con más fuerza en sus fosas nasales, como si se acercase un cortejo fúnebre mientras velaban un ataúd abierto. No sabía que el pantano oliese de esa manera y solo en sus más horrendas pesadillas podría imaginar qué clase de fenómeno causaba tan nauseabundo olor . D’hira, que se encontraba sentada en el suelo descansando del viaje, con un odre de piel en la mano se dirigió también al Maestro Juu:

-Si no se les puede ver hasta que no ataquen, -Dijo en voz más alta que sus compañeros. El resto de manarils se sobresaltaron y la miraron como si D’hira hubiese sentenciado al grupo por haber levantado la voz- ¿Cómo lo cazamos?- Dijo entonces cohibda.

De repente, las aguas de alrededor del islote se enturbiaron. Algo les rodeaba, había pasado por el agua a tal velocidad que arrastraba el sedimento del fondo de la charca. Los seis manarils se levantaron rápidamente y empuñaron cuchillos, ballestas y lanzas preparados par entablar batalla contra algún jespulón de los pantanos, o algún cabriu. Sólo el Maestro Juu no se inmutó. Sabía que no los estaba rodeando nada. Lo que quiera que estaba acechando estaba bastante más cerca y era como que diez veces más grande que un jespulón y un cabriu juntos. Con pasividad, desenvainó su cuchillo, se encaminó al centro del islote y lo clavó fuertemente en la tierra, de la que manó unos hilillos de sangre.

-Dejando que nos cace él primero.

Un rugido rompió el aire y se clavó en los oídos de todos.

Capítulo I de La Maldición: La Caza

El aire corría entre los árboles como escapando de algo, frío y veloz, helaba la cara de una pequeña liebre que huía a toda velocidad. Cruzaba arbustos y salientes con agilidad pero, poco a poco, su perseguidor le sacaba ventaja. Llegó a un arroyo y se creyó a salvo. Quieta, escuchaba al bosque y olisqueaba el aire, no lo detectaba. Descansando en la orilla recuperó fuerzas. Entonces algo saltó sobre ella, con una garra presionó sobre el cuello y con la otra sobre el lomo. La fuerza de la caída y el peso del cazador rompieron el cuello de la alimaña, matándola casi en el momento. Satisfecho, el cazador se irguió y sonrió para sí mismo.

El pelaje gris plateado se movía al compás del aire y sus ojos azules competían con la luna en brillo. Era joven, muy joven, unos 35 años, pero su habilidad y fiereza le granjeaban respeto entre sus hermanos cazadores. El joven kurbog, hombres-perro, tenía facciones lupinas que le hacían bastante atractivo ante las hembras y su evidente juventud (puesto que los kurbog cumplen la mayoría de edad a los 30 y mueren a los 200 años aproximadamente) hacía que se ganase la envidia de los varones más ancianos. Kin’ian Bloodfang era cazador desde hacía un año, pero aprendía rápido y los Janalm, señores de la caza, le permitían salir a menudo pese a ser solo un Manaril (cazador de bajo rango) ya que pese a su rango traía presas muy a menudo.

Cogió la liebre, las juntó con las otras cinco que llevaba al hombro y se dispuso a partir de vuelta al campamento base. Era tarde, la noche brillaba con el resplandor de mil estrellas, no había luna. Las estrellas siempre cautivaban a Kin’ian, los kurbog usaban la astronomía con habilidad y la empleaban en conocer los movimientos de la caza y el cultivo de las cosechas, pero no las amaba por eso, adoraba ese resplandor mágico que creaba formas en el cielo, formas brillantes que hechizaban sus sentidos. Siguiendo la constelación del Jirón avanzaba raudo entre los árboles. Pronto distinguió el resplandor de una hoguera y supo que estaba en el campamento.

-¿Ay na manar?- Preguntó el centinela de guardia

-Manar so noah, hermano-dijo Kin’ian mientras se erguía y disminuía el paso.

El campamento era pequeño, unas tres tiendas, pero tenía los útiles indispensables para un cazador: Cuchillas para despellejar, armas para presas más grandes, cajones de especias para conservar la captura…y un buen fuego acogedor para calentar los huesos y descansar después de una agotadora noche de caza.

Kin’ian se acercó a los cajones e introdujo su captura en ellos, cuidando de que se cubrían bien de raíz preservadora 1.

-¡Vaya, buena caza, manaril! Si te dejamos solo eres capaz de cazar tres saurios navaja sólo con tus manos.

-No necesito tu ironía ahora mismo, Merk’el –Contestó con desdén- ¿no deberías estar vigilando?¿Qué hace Hailo vigilando en tu lugar?

-¡Eh, eh!¡Qué insinúas! Cambié el puesto con Hailo cuando perdió al Chinchiroín, no me acuses en vano, colega. –Se ofendió.

-Deberías dejar ese juego, estás enganchado.

-Bueno, tú estás enganchado a la caza, nos estás dejando en ridículo- Dijo Merk’el mientras jugueteaba con el intestino de una liebre de la caja.

-Lo siento,-dijo Kin’ian un poco avergonzado- pero a veces pongo demasiado énfasis.

-Nunca es demasiado, manaril. –Habló una voz detrás de ellos- La caza es importante para Kithael y usted le está dando más de lo que pueda pedir, siéntase orgulloso de su labor.

-¡Maestro Juu! – el rubor pinceló el rostro de Kin’ian -No merezco su respeto –se humilló, arrodillándose y obligando a Me’k'el a hacer lo mismo.

El kurbog que había aparecido tras los jóvenes llevaba galones propios de su rango, era un maestro rastreador al servicio del señor de la caza Kiurgo, y su graduación era la más alta en el campamento, estando él al mando de la operación. Sus cicatrices denotaban su experiencia en la caza, su pelaje era parduzco y sus facciones marcadas, con un morro largo, acostumbrado a rastrear, y orejas picudas para oír a sus presas. Era viejo y experimentado y sabía oler la habilidad cuando se presentaba ante su hocico.

-¿Ves?, siempre eres tú el que deslumbra al maestro… -susurró enfadado Merk’el

-¡Shhh! No es mi culpa, todos están encima de mí esperando a que haga algo importante –contestó en voz muy baja Kin’ian – ya tendrás tu oportunidad.

-Mañana vamos a cazar hajuuls, preparen sus aparejos y afilen sus lanzas, saldremos toda la expedición. – Se volvió dándoles la espalda - Ahora, id a descansar.

Cansados, Merk’el y Kin’ian se introdujeron en una tienda en forma de cono. El interior estaba helado y había dos alfombras de piel y dos mochilas sobre las que “descansar” sus cabezas. Merk’el pronto se tumbó en la alfombra y comenzó a juguetear sin darse cuenta con un nudo en su cabello. Mientras, Kin’ian revisaba el interior de su mochila y anotaba mentalmente lo necesario para mañana.

-Dime, ¿echas de menos Toos?- Preguntó Mer’kel

-A veces –comentó distraído su compañero, aún absorto en la preparación de su equipo- pero procuro no pensar en ello.

-No -dijo Mer’kel con resignación-, a ti solo te preocupa la caza últimamente…

Mer’kel había dado en el blanco, la caza era su vida y había nacido para ella, rara vez Kin’ian se interesaba por otras cuestiones no relacionadas con ella. A veces se volvía insensible al resto del mundo ya que simplemente las convenciones sociales escapaban a su comprensión. Una simple conversación amistosa con un conocido le suponía un esfuerzo enorme. ¿De qué hablaría?¿De los últimos chismorreos del pueblo?¿De las noticias de las batallas en el continente de Alleria? No conocía esos temas, en su caso acabaría hablando de la caza, del peso necesario para partir el cuello a un jabato, de los nudos que hay que hacerle a una lanza antes de lanzarla al agua contra una cabriu o de la forma de rastrear las pisadas de un saurio navaja. Era un chico con poca conversación. Y Mer’kel sabía que esto destrozaba a su amigo por dentro.

-Lo siento, no debería haber dicho eso –se disculpó Mer’kel- pero, desde que nos mandaron a esta avanzada no haces otra cosa que cazar. Casi no te veo por el campamento. –apartó la mirada de su compañero, que le daba la espalda- A veces me siento algo solo aquí.

-Tienes a Hailo,-dijo Kin’ian sin volverse- has dicho que juegas con él al Chinchiroín.

-Hailo es idiota, –dijo Mer’kel con un mohín- no se puede mantener una conversación de más de treinta segundos con él sin que se distraiga con una polilla.

-Bueno, ya sabes que yo tampoco puedo hacerlo sin que hable de las capturas del día. - sentenció sardónico su compañero.

Mirando al exterior de la tienda, Mer’kel podía ver el fuego. Aunque hacía frío en el interior de la tienda, algo ardía en el interior del muchacho.

-Supongo que sí -dijo con la mirada perdida-, pero a veces me gusta oír esas historias…
Kin’ian se volvió sorprendido hacia su amigo pero Mer’kel ya se había dado la vuelta y se había acurrucado en la alfombra.

-Buenas noches.

-Buenas noches, Mer’kel.

No se imaginaba que a su amigo le importase tanto que estuviese a su lado. Esta vez había llegado demasiado lejos con su obsesión. Decidió cazar al día siguiente junto a él, después de todo a Mer’kel también le encantaba rastrear. Estaba decidido. Dejó el resto de preparaciones para la mañana siguiente y se recostó dando la espalda a Mer’kel. Habían crecido juntos, pero tan diferentes.

Sí, echaba de menos Toos después de todo. Al fin y al cabo, fue el pueblo que le vio nacer. Una pequeña comunidad de Kurbogs trabajadores, dedicada casi exclusivamente al autoabastecimiento y la supervivencia. Se encontraba al noroeste de Kurbogia, en las tierras altas de Joon. La colina de Toos era un lugar inmenso y verde. Salpicado a menudo de pequeñas huertas y establos para saurios navaja domésticos. Era un pueblecito ideal donde los dos muchachos se criaron, peleándose por todo pero aún así queriéndose.

Y mañana marchaban a la caza de hajuuls a las órdenes de un gran rastreador Anhelm. Mañana serían por fin adultos.

Prólogo: La Maldición

-Juro que no la toqué, jamás la toqué.

-Ya eso no importa, ¿no crees?- dijo el anciano con sorna – ahora poco puedes hacer por ella excepto recoger los pedazos.

Al acabar esa expresión su rostro se tornó severo, la gracia desapareció de sus ojos mientras se encaminaba a la trastienda a por una escoba. El fuego crepitaba en el interior de esa cabaña. Un humanoide estaba arrodillado frente a un montón de cristales esparcidos por el suelo, lloraba mientras los cogía en sus garras y éstos se le clavaban en la piel, arrancando la sangre de sus heridas. Sus lágrimas resbalaban por su pelaje y aullaba desconsoladamente.

El hombre viejo regresó con la escoba y empezó a recoger los cristales:

-¡No, no la toques!- gritó el humanoide destrozando la escoba de un zarpazo

-Mira, ya no se puede hacer nada, está rota…

-¡No la trates como un objeto!¡La amaba! No entiendes lo que esta maldición ha supuesto para mí. – Arrodillándose de nuevo, llorando, clavándose los cristales en las rodillas- No sabes lo que esta maldición ha supuesto para mí…lo he perdido todo.

Con un suspiro melancólico el anciano cogió una silla y se acercó al humanoide. Se sentó en ella y preparó una pipa con tabaco. Al encenderla, un suave aroma a tabaco viejo inundó la pequeña choza. Dio tres profundas chupadas y entornó los ojos, recordando:

-No, mi peludo amigo, claro que se lo que es esa maldición…

Levantó la mano tímidamente y empezó a quitarse el guante. Alrededor de la mano desnuda se atisbaba un continuo crepitar gaseoso, como un suave repicar de diminutas campanas que de inmediato se estrellaban contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos. Miró por un instante la mano del anciano, pero quedó horrorizado. Al final del muñón no había nada, la mano había desaparecido completamente, sin embargo, ahí estaba, dibujada por los restos de aire cristalizado a su alrededor. Entre todos esos pequeños cristalitos de aire se veía un símbolo refulgir con una tenue luz anaranjada. El viejo miró su muñón durante un buen rato, recordando con dolor lo que había vivido. Después miró al humanoide con una sonrisa:

-Verás, te voy a contar una historia. A lo mejor te sirve de ejemplo. Así sabrás porque jamás te desprenderás de esa maldición aunque te cortes tu propia mano.

Se volvió a poner el guante y se recostó en la pesada silla de madera. El humanoide se había apartado de los cristales y ahora estaba junto al fuego, mirándolo fijamente, pensando arrojarse a él. Mientras, el olor a tabaco llenaba el aire y las palabras del anciano dibujaban sombras en el rostro del muchacho.

El porqué

Eso es lo que me pregunto a mi mismo:¿Y porqué te vas a hacer un blog? Muy simple...porque lo hace todo el mundo. Qué mas dá seguir de vez en cuando al populacho (al que orgullosamente pertenezco) con sus más insólitas manías y sus más surrealistas caprichos. Así que he decidido abrirme por la mitad y exponer mis entrañas al mundo para que los forenses de la sociedad determinen porqué cada día muero un poquito y porqué con una palabra hay gente capaz de hacer que recoja mis entrañas, me levante y me dirija a la puerta, dispuesto a salir.

En fin,aquí os contaré un poco la historia de ese mundo ficticio: Dan'n'thel o traducido "la herencia del Gobernante". De como cada vida tiene su cabida en estas historias, sus deseos, sus miedos y sus más grandes pasiones. Dan'n'thel tiene una herencia rica, una sociedad próspera y con mis narraciones, poco a poco intentaré construir desde cero ese mundo en vuestras mentes, para que cuando os adentreis en él podais sentir lo mismo que los protagonistas de nuestras historias.

Y sin más preámbulos aquí os dejo este pedacito de mí, para que lo cateis plácidamente y podais escupirlo en esa bandejita para echarlo, simplemente para que se os quede en el paladar un dulce regusto.

Yoshiki, autor