domingo, 18 de julio de 2010

Capítulo IV de La Maldición: La carne de los muertos

Los seis manarils estaban alerta. La cría se dirigía hacia ellos con las fauces completamente abiertas. Era increíble como, aún recién nacida, tenía la altura de un niño de diez años y ya le apestaba el aliento a podredumbre. El primero en la trayectoria del hajuul era Kin'ian el cual estaba ya preparado con lanza en ristre. La cría acometió directamente al pecho del kurbog, pero el muchacho apoyó la punta de su lanza en el suelo y la usó de pértiga, saltando por encima. Antes de caer al suelo, con una pirueta se revolvió en el aire y lanzó su cuchillo de caza, que lo tenía escondido en la caña de su bota. El puñal voló en línea recta hacia la cabeza de la cría, pero rebotó como si se hubiese topado con acero.

-¡No, Kin'ian!-D'hira gritó desde el otro lado de la caverna-. ¡La cabeza de ese bicho está acorazada!

-¡Magnífico!¿Qué más te vas a guardar, genio?-cayó de rodillas al suelo y volvió a coger la lanza mientras se preparaba de nuevo en posición de ataque. La cría había girado sobre sí misma, cabreada por el golpe del cuchillo, y "miraba" con furia a Kin'ian-. Ahora me dirás que escupe fuego o que con mirarme me convierte en piedra.

-¡Allá tú, míster perfección!-refunfuñó D'hira-. Pero cuidado con los bordes serrados del lomo y las garras.

Tarde. El kurbog estaba en plena carga lanzando un golpe directo a la mandíbula del hajuul. El monstruo giró y con la sierra de su aleta dorsal partió en dos la lanza, volviéndose a colocar cara a cara con Kin'ian, sólo que el joven ya no estaba armado. Confundido por el contraataque, Kin'ian retrocedió un par de pasos estupefacto. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado reaccionó:

-¿Estáis disfrutando del combate?¡Echadme una mano, cabrones!

Merk'el, Som'atha, Hailo y D'hira salieron de su estancamiento mental y prepararon sus armas. Poco a poco, fueron rodeando a la cría, todos con lanzas en ristre (menos Merk'el, que llevaba el puñal de hueso tallado). Kin'ian tomó el cuchillo que le tendía D'hira al acercarse a él y se acomodó en posición de asalto. La cría estaba confusa y no sabía a quién atacar, giraba constantemente sobre sí misma y de vez en cuando lanzaba una dentellada de advertencia. Empezaba a tener miedo.

Som'atha dio el primer paso de baile. Con un golpe seco, dio una estocada en dirección al lomo de la bestia, pero ésta reaccionó a la velocidad del rayo e interpuso su placa ósea en la trayectoria desviando la lanza. Con éste movimiento, Merk'el aprovechó y lanzó un tajo directo a la garra izquierda de la cría. La sangre brotó de la herida y el quejido retumbó por toda la gruta. Ante el asombro de los cinco manarils, la cría no enfureció, sino que cayó al suelo, entre quejidos y comenzó a lamerse la herida. La imagen de la bestia lastimada era verdaderamente patética y los chicos sintieron pena de ella. Todos menos D'hira, que saltó sobre el animal y clavó la lanza entre la coraza ósea de la cabeza y la aleta dorsal, clavando al hajuul en el suelo, que no dejaba de retorcerse de dolor y para liberarse de la kurbog.

-¡D'hira!¡Porqué lo matas, es evidente que estaba herido!-replicó Hailo como un niño pequeño.

-¡No seáis estúpidos! -D'hira aún se mantenía en equilibrio sobre la cría mientras ésta expiraba-. ¡Ha matado a uno de los nuestros sin contemplaciones! ¿Aún queréis que le deje vivir? Idiotas...

-Pero...ya estaba herido.- susurraba Som'atha.

-Y si hubiese seguido lamiendo la herida, se habría reforzado con una capa de armadura ósea. -todos miraron a Kin'ian-. ¿Me equivoco?

-No, los hajuuls se hieren a propósito para endurecer su piel. Pero como...

-Intuición.

Los jóvenes se quedaron en silencio. Sólo una ligera brisa silbaba a través del agujero en el techo. La cría había dejado de moverse. Som'atha se acercó al cadáver sin vida de Somta y lo cogió entre sus brazos. Las lágrimas caían por su rostro pero su semblante era de orgullo y honor. La muerte, para los kurbog, no era un final, sino una forma de volver al ciclo de la vida. Recogieron los restos del joven caído y los juntaron con los de la cría. Cazador y presa habían muerto y juntos deberían partir hacia la Última Colina. Tras un breve momento de silencio, los cinco supervivientes se reunieron.

Kin’ian estaba pensativo. No lograba juntar correctamente las piezas del rompecabezas. Si el Maestro Juu había entrado en la caverna tras la madre, ¿qué había sido de él? Habían seguido su rastro hasta la misma madriguera y la única salida se encontraba a diez metros sobre ellos, no podía haber salido por ahí, a no ser que haya salido con la madre hajuul. Pero, ¿dónde estaba el ejemplar más grande?

-No logro comprender el motivo del Maestro para entrar en esta caverna. –Merk’el comenzó a razonar- Cuando hemos entrado no detectamos su rastro, de hecho llevamos sin detectarlo desde que entramos al túnel, ¿estáis seguro de que el maestro entró?

-¿Estás insinuando que hemos estado siguiendo un faso rastro?

-Insinúo que el propio maestro probablemente lo que quería era probarnos, saber si teníamos los huevos para meternos en la boca del lobo a que nos convirtieran en carpaccio de kurbog solo para cazar a la cría.

-¡Eso es absurdo!- se ofendió Hailo- ¡El Maestro es sabio y cuida de nosotros!¡Jamás permitiría que muriésemos de forma tan absurda!

-Pero…no fue algo absurdo al fin y al cabo-añadió pensativo Kin’ian-. Una prueba de hombría, conocer la fuerza del enemigo aunque fuese solo una cría… El maestro no entró en el túnel.

-Valiente estupidez –la sorna en D’hira era palpable, movía nerviosamente la lanza que había arrancado del cuerpo de la cría-. ¿Y de qué le ha servido esto al Maestro?

-Creo…que buscaba obediencia. Ciega y absoluta. –sentenció Som’atha.

-Así es. Sois hábiles.

Desde la penumbra que rodeaba la entrada lateral de la bóveda llegó la voz quebrada de Juu Highteeth. Avanzando lentamente pasó junto a los cadáveres de cazador y presa.

-Ais higs theremael, ostrae ulviel nos, jes Graem Ulvieth ais mel, amisen croen Ciclos. Descansa, joven guerrero.

-¿Así que es así? Completa obediencia hasta la tumba. Y que por la obediencia muramos. –D’hira murmuró resignada-. Susurráis la oración, pero la muerte cae sobre nuestras conciencias.

-No es así, manaril. Su muerte fue culpa suya, no vuestra. Vuelve al Ciclo como un héroe pero ha sido demasiado temerario. Vosotros sin embargo conocíais el peligro, lo afrontasteis con habilidad y perspicacia. Desgraciadamente el cazador cayó en la caza, su destino es reunirse con su presa en la Gran Colina, no cobrareis la pieza. Pero alegraos, habéis pasado el rito.

-Pero a qué precio…-Som’atha a continuación sollozó.

-Maestro –intervino Mer’kel-, ¿se puede saber dónde está la madre de esta aberración?- señaló a los restos de la cría de hajuul.

-Cuando clavé el puñal en el suelo, acerté a sabiendas en los orificios nasales. La bestia es ciega y se rige por el olfato. Volvió a la gruta, pero sabía que no se quedaría, no a merced de sus propias crías. Habrá huido por el agujero central.

Todos los manarils bajaron la mirada. En su mente aún estaba grabada la sangrienta muerte de su compañero. Los jóvenes habían compartido durante cuatro meses lecho, comida e historias. Habían sido hermanos en la caza y la caza les había unido. Ahora sentían la pérdida de Somta como la de un familiar. Pero debían resignarse. Desobedecer se consideraría acto de traición. Un cazador era el encargado de alimentar a la nación, pero también de protegerla. Eran soldados y por lo tanto se regían por disciplina militar. La traición se castigaba con la muerte.

-Está bien, jóvenes guerreros. Volvamos a Kithael. Os espera el ascenso a fairanils.

Los cinco salieron de la caverna con profunda afectación. Atrás dejaban a un hermano. En cuatro días, el cadáver de Somta serviría para que los cinco fuesen ascendidos a fairanils. La carne de los muertos, dicen, alimenta el futuro de los vivos.

3 comentarios:

  1. me cae muy mal el maestro sera una prueba pero a muerto tu pupilo cabron desalmado

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  2. Ya, pero piensa que él ha pasado por lo mismo. El sistema ha acabado por asimilarlo de tal manera que se comporta tal y como esperan que se comporte, obediencia ciega y absoluta, hasta el extremo de perder a sus propios estudiantes. Es la lacra de un ejército.

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  3. Alfin vuelves ha hacerlos he!!
    que nos has tenido en vilo to el verano!!
    porcierto soy larion XD

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