domingo, 18 de julio de 2010

Capítulo IV de La Maldición: La carne de los muertos

Los seis manarils estaban alerta. La cría se dirigía hacia ellos con las fauces completamente abiertas. Era increíble como, aún recién nacida, tenía la altura de un niño de diez años y ya le apestaba el aliento a podredumbre. El primero en la trayectoria del hajuul era Kin'ian el cual estaba ya preparado con lanza en ristre. La cría acometió directamente al pecho del kurbog, pero el muchacho apoyó la punta de su lanza en el suelo y la usó de pértiga, saltando por encima. Antes de caer al suelo, con una pirueta se revolvió en el aire y lanzó su cuchillo de caza, que lo tenía escondido en la caña de su bota. El puñal voló en línea recta hacia la cabeza de la cría, pero rebotó como si se hubiese topado con acero.

-¡No, Kin'ian!-D'hira gritó desde el otro lado de la caverna-. ¡La cabeza de ese bicho está acorazada!

-¡Magnífico!¿Qué más te vas a guardar, genio?-cayó de rodillas al suelo y volvió a coger la lanza mientras se preparaba de nuevo en posición de ataque. La cría había girado sobre sí misma, cabreada por el golpe del cuchillo, y "miraba" con furia a Kin'ian-. Ahora me dirás que escupe fuego o que con mirarme me convierte en piedra.

-¡Allá tú, míster perfección!-refunfuñó D'hira-. Pero cuidado con los bordes serrados del lomo y las garras.

Tarde. El kurbog estaba en plena carga lanzando un golpe directo a la mandíbula del hajuul. El monstruo giró y con la sierra de su aleta dorsal partió en dos la lanza, volviéndose a colocar cara a cara con Kin'ian, sólo que el joven ya no estaba armado. Confundido por el contraataque, Kin'ian retrocedió un par de pasos estupefacto. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado reaccionó:

-¿Estáis disfrutando del combate?¡Echadme una mano, cabrones!

Merk'el, Som'atha, Hailo y D'hira salieron de su estancamiento mental y prepararon sus armas. Poco a poco, fueron rodeando a la cría, todos con lanzas en ristre (menos Merk'el, que llevaba el puñal de hueso tallado). Kin'ian tomó el cuchillo que le tendía D'hira al acercarse a él y se acomodó en posición de asalto. La cría estaba confusa y no sabía a quién atacar, giraba constantemente sobre sí misma y de vez en cuando lanzaba una dentellada de advertencia. Empezaba a tener miedo.

Som'atha dio el primer paso de baile. Con un golpe seco, dio una estocada en dirección al lomo de la bestia, pero ésta reaccionó a la velocidad del rayo e interpuso su placa ósea en la trayectoria desviando la lanza. Con éste movimiento, Merk'el aprovechó y lanzó un tajo directo a la garra izquierda de la cría. La sangre brotó de la herida y el quejido retumbó por toda la gruta. Ante el asombro de los cinco manarils, la cría no enfureció, sino que cayó al suelo, entre quejidos y comenzó a lamerse la herida. La imagen de la bestia lastimada era verdaderamente patética y los chicos sintieron pena de ella. Todos menos D'hira, que saltó sobre el animal y clavó la lanza entre la coraza ósea de la cabeza y la aleta dorsal, clavando al hajuul en el suelo, que no dejaba de retorcerse de dolor y para liberarse de la kurbog.

-¡D'hira!¡Porqué lo matas, es evidente que estaba herido!-replicó Hailo como un niño pequeño.

-¡No seáis estúpidos! -D'hira aún se mantenía en equilibrio sobre la cría mientras ésta expiraba-. ¡Ha matado a uno de los nuestros sin contemplaciones! ¿Aún queréis que le deje vivir? Idiotas...

-Pero...ya estaba herido.- susurraba Som'atha.

-Y si hubiese seguido lamiendo la herida, se habría reforzado con una capa de armadura ósea. -todos miraron a Kin'ian-. ¿Me equivoco?

-No, los hajuuls se hieren a propósito para endurecer su piel. Pero como...

-Intuición.

Los jóvenes se quedaron en silencio. Sólo una ligera brisa silbaba a través del agujero en el techo. La cría había dejado de moverse. Som'atha se acercó al cadáver sin vida de Somta y lo cogió entre sus brazos. Las lágrimas caían por su rostro pero su semblante era de orgullo y honor. La muerte, para los kurbog, no era un final, sino una forma de volver al ciclo de la vida. Recogieron los restos del joven caído y los juntaron con los de la cría. Cazador y presa habían muerto y juntos deberían partir hacia la Última Colina. Tras un breve momento de silencio, los cinco supervivientes se reunieron.

Kin’ian estaba pensativo. No lograba juntar correctamente las piezas del rompecabezas. Si el Maestro Juu había entrado en la caverna tras la madre, ¿qué había sido de él? Habían seguido su rastro hasta la misma madriguera y la única salida se encontraba a diez metros sobre ellos, no podía haber salido por ahí, a no ser que haya salido con la madre hajuul. Pero, ¿dónde estaba el ejemplar más grande?

-No logro comprender el motivo del Maestro para entrar en esta caverna. –Merk’el comenzó a razonar- Cuando hemos entrado no detectamos su rastro, de hecho llevamos sin detectarlo desde que entramos al túnel, ¿estáis seguro de que el maestro entró?

-¿Estás insinuando que hemos estado siguiendo un faso rastro?

-Insinúo que el propio maestro probablemente lo que quería era probarnos, saber si teníamos los huevos para meternos en la boca del lobo a que nos convirtieran en carpaccio de kurbog solo para cazar a la cría.

-¡Eso es absurdo!- se ofendió Hailo- ¡El Maestro es sabio y cuida de nosotros!¡Jamás permitiría que muriésemos de forma tan absurda!

-Pero…no fue algo absurdo al fin y al cabo-añadió pensativo Kin’ian-. Una prueba de hombría, conocer la fuerza del enemigo aunque fuese solo una cría… El maestro no entró en el túnel.

-Valiente estupidez –la sorna en D’hira era palpable, movía nerviosamente la lanza que había arrancado del cuerpo de la cría-. ¿Y de qué le ha servido esto al Maestro?

-Creo…que buscaba obediencia. Ciega y absoluta. –sentenció Som’atha.

-Así es. Sois hábiles.

Desde la penumbra que rodeaba la entrada lateral de la bóveda llegó la voz quebrada de Juu Highteeth. Avanzando lentamente pasó junto a los cadáveres de cazador y presa.

-Ais higs theremael, ostrae ulviel nos, jes Graem Ulvieth ais mel, amisen croen Ciclos. Descansa, joven guerrero.

-¿Así que es así? Completa obediencia hasta la tumba. Y que por la obediencia muramos. –D’hira murmuró resignada-. Susurráis la oración, pero la muerte cae sobre nuestras conciencias.

-No es así, manaril. Su muerte fue culpa suya, no vuestra. Vuelve al Ciclo como un héroe pero ha sido demasiado temerario. Vosotros sin embargo conocíais el peligro, lo afrontasteis con habilidad y perspicacia. Desgraciadamente el cazador cayó en la caza, su destino es reunirse con su presa en la Gran Colina, no cobrareis la pieza. Pero alegraos, habéis pasado el rito.

-Pero a qué precio…-Som’atha a continuación sollozó.

-Maestro –intervino Mer’kel-, ¿se puede saber dónde está la madre de esta aberración?- señaló a los restos de la cría de hajuul.

-Cuando clavé el puñal en el suelo, acerté a sabiendas en los orificios nasales. La bestia es ciega y se rige por el olfato. Volvió a la gruta, pero sabía que no se quedaría, no a merced de sus propias crías. Habrá huido por el agujero central.

Todos los manarils bajaron la mirada. En su mente aún estaba grabada la sangrienta muerte de su compañero. Los jóvenes habían compartido durante cuatro meses lecho, comida e historias. Habían sido hermanos en la caza y la caza les había unido. Ahora sentían la pérdida de Somta como la de un familiar. Pero debían resignarse. Desobedecer se consideraría acto de traición. Un cazador era el encargado de alimentar a la nación, pero también de protegerla. Eran soldados y por lo tanto se regían por disciplina militar. La traición se castigaba con la muerte.

-Está bien, jóvenes guerreros. Volvamos a Kithael. Os espera el ascenso a fairanils.

Los cinco salieron de la caverna con profunda afectación. Atrás dejaban a un hermano. En cuatro días, el cadáver de Somta serviría para que los cinco fuesen ascendidos a fairanils. La carne de los muertos, dicen, alimenta el futuro de los vivos.

lunes, 12 de julio de 2010

Capítulo III de La Maldición: La Madriguera

Un rugido estremeció el silencio del pantano. El aire se llenó de un profundo olor a cadáver y podredumbre. De repente, el cuchillo clavado en el suelo empezó a elevarse sobre un montículo, que se formaba poco a poco. Entre el polvo, los cazadores en guardia pudieron distinguir una silueta gigantesca de unas mandíbulas. Tan pronto como emergieron, desaparecieron dejando tras de sí un enorme agujero vacío. Cuando el polvo se depositó, cada cazador pudo ver a su compañero. Los seis manarils contemplaron como el Maestro saltaba al interior del agujero, con lanza en ristre y con una correa alrededor de su torso. Kin'ian, al darse cuenta de que se quedaban solos, corrió al borde del agujero:

-¡Maestro!¿Qué debemos hacer ahora? -gritó frenético.

-¡Insensatos!-se oyó desde el oscuro agujero-. ¡Ataos una cuerda y entrad con una lanza!

Inmediatamente después, Hailo desenrrolló los fardos de lanzas y D'hira comenzó a repartirlas. Merk'el buscó frenéticamente en su mochila y sacó de su interior un cuchillo tallado en un colmillo con filigranas muy elaboradas. Lo miró durante unos instantes y lo introdujo en el borde de su cinturón. Los seis manarils se colocaron en posición de ataque y se introdujeron en el agujero uno por uno. La oscuridad total reemplazó a la tenue luz de la mañana.

Los jóvenes se arrastraban con rapidez pero con cuidado por el oscuro y angosto túnel. El camino se retorcía y cambiaba de dirección contínuamente y de forma errática, por lo que los manarils se veían obligados a que sus olfatos les guiasen. Aún así, no podían ver absolutamente nada, por lo que mantenían un orden estricto. Kin'ian encabezada la marcha. Le seguían Hailo, Merk'el, Som'atha, D'hira y, cerrando la formación, Somta. Todos procuraban seguir el olor del kurbog de enfrente para evitar chocarse contra la tierra en algún giro inesperado del túnel.

-Deberíamos avisar al Maestro -susurró Hailo a Kin'ian-, sino podemos perdernos.

-Si gritamos lo más mínimo, el túnel se podría venir abajo. Es más, probablemente la entrada ya se haya derrumbado.

Un grito ahogado de sopresa sobresaltó al grupo.

-¿Estamos atrapados aquí?-preguntó eufórica Som'atha.

-¡Shhhh!- chistó Dhira-. Probablemente el túnel conduzca a la madriguera del monstruo -tras un silencio interminable, volvió a intervenir-. También...quizás...pueda llevar al exterior de nuevo.

-O puede que el bicho haya dado la vuelta sobre sí mismo y espere a que entremos uno a uno voluntariamente en su boca, ¿no?

El tono burlón no pasó desapercibido para los otros cinco manarils, Merk'el siempre tenía la manía de hablar en el momento menos apropiado y de la forma menos correcta posible.

-¡No seas estúpido, Merk'el! -reprendió en voz baja Kin'ian-. ¡Habríamos oído el grito de alarma del Maestro Juu!

Un silencio volvió a inundar el túnel mientras los muchachos lo recorrían velozmente. La tierra húmeda se adhería a las patas y a los hocicos. Todos llevaban los ojos cerrados, no sólo porque les eran inútiles en la completa oscuridad, sino también para protegerlos de la tierra que caía constantemente del techo de la galería. Si la lucha contra el hajuul ocuriese en el exterior necesitarían los cinco sentidos intactos y al máximo. Un pequeño carraspeo rompió el sepulcral silencio:

-Quizás...quizás -Merk'el continuó con voz trémula-, ya se lo haya tragado...

Un susurro ahogado volvió a estremecer al grupo. Todos habían tenido en cuenta esa posibilidad, pero ninguno se dejaba inundar por el pánico lo suficiente como para permitir poner de manifiesto esa situación. Ni siquiera Merk'el se permitía el lujo de perder los nervios. Sus afirmaciones no eran sino fruto de su curiosa forma de ser. Necesitaba demostrarse a sí mismo que por muy extrema que fuese la situación, podría mantener la calma como Kin'ian. Pero, en su caso, esa fingida fortaleza se tornaba en insolencia cuando sus pensamientos salían de su boca. Su tono, nacido del nerviosismo, tornaba sórdidas las situaciones más peliagudas.

Los seis cazadores continuaban avanzando por el túnel. Llevaban un buen rato persiguiendo olores. Los únicos leves sonidos que diferenciaban eras sus propias respiraciones y el crujir de los terrones de barro bajo sus garras. Los muchachos no lo notaban, pero poco a poco la madriguera se estaba inundando ligeramente, pasando de vez en cuando por hilillos de agua que caían del techo y humedeciéndose cada vez mas la tierra que removían al pasar. Por suerte, uno de los chicos se fijó en ese detalle a tiempo.

-Tened muchísimo cuidado. Estamos debajo de una bolsa de agua -susurró con autocontrol Kin'ian mientras no disminuía su velocidad- , si no nos damos prisa y vamos sin cuidado el pantano se nos puede venir encima.

Esta afirmación habría sido recibido con un nuevo susurro ahogado de miedo de no haberse escuchado claramente unos pequeños gemidos provenientes del fondo de la gruta. Kin'ian se detuvo entonces de inmediato, interponiendo el brazo para impedir avanzar al resto. Seguían en completa oscuridad y su olfato no captaba nada.

-Puede ser el maestro.-susurró Somta.

-Imposible, -contestó rápidamente D'hira-. No capto su olor. De hecho no capto absolutamente nada, pero es obvio que hay algo más adelante. Esos gemidos son más suaves que la voz de alguien pidiendo ayuda.

-Aún así, ¿qué podría pasarnos?. En cualquier caso, serían como mucho algunas mashenas de tierra que muerden raíces. Echemos un vistazo. -Somta hizo ademán de avanzar empujando a D'hira, pero ella le bloqueó el paso con su brazo.

-Las mashenas no soportan el agua, y estamos completamente empapados.

-Entonces -replicó con hastío el joven-, ¿qué clase de criatura crees que puede vivir bajo tierra, gustarle el agua y hacer esos ruiditos tan agudos?

-¡El hajuul! -el grupo se sobresaltó por el tono elevado de Merk'el. Kin'ian inmediatamente le reprendió.

-El hajuul ruge, idiota. ¿Acaso no oistes el estruendo ahí arriba?

-Cierto -intervino D'hira-, pero lo que hay aquí es bastante similar, aunque no en tamaño. Creo que estamos cerca de un nido. Un nido de hajuuls, chicos.

Los gritos ahogados de miedo volvieron a sumergir al grupo en un estado de agitación, todos susurraban sobre las posibilidades de que estuviesen tan cerca de la madriguera de cría de un hajuul hembra.

-Lo más probable esque no captamos su olor porque aún no han eclosionado los huevos, aunque las crías deben estar a punto de nacer. Parece que los gemidos son desesperados. Llaman a la madre. -explicó D'hira al grupo.

-Sea lo que sea -sentenció Kin'ian-, no vamos a conseguir saber lo que es aquí parados. Voy en cabeza.

Kin'ian abrió la marcha decidido y el resto le siguió sin nada que objetar. Según avanzaban cada vez más en el intrincado túnel se iban empapando cada vez más. Sin embargo, comprobaron al abrir los ojos, como poco a poco una tenue luz llegaba al túnel. Y en el siguiente giro lo vieron.

El túnel se ensanchaba de manera increíble, formando casi una bóveda de diez metros de alto. En la parte superior de la caverna, un agujero de un diámetro no mayor que un brazo permitía el paso a la luz que, en medio de tan profunda oscuridad, era similar a un trozo de sol en una noche cerrada. La dirección de la luz iluminaba practicamente el centro de la gruta. Los manarils, que salían uno a uno del estrecho túnel, pudieron verlo. Se trataba de un círculo hecho con raíces y rodeado de agua en el cual reposaban dos grandes huevos azules, semitransparentes. Curiosos aunque alertas, los jóvenes inspeccionaban la bóveda de tierra.

-Esto es increíble -se maravilló D'hira-, es demasiado grande para que lo hubiese hecho un hajuul, probablemente era una caverna natural y la bestia excavó los túneles más tarde.

-Me importa un bledo, sinceramente. Sólo quiero saber dónde está el Maestro.- dijo Kin'ian con desprecio.

-A mi lo que me interesa saber es la hora exacta a la que va a venir mamá a dar de comer a sus cachorritos...¿eso que acabo de ver a través de la cáscara es una zarpa?¡Ah, no! Menos mal, ¡era un colmillo!

-¡Basta Merk'el! -levantó la voz D'hira-. Independientemente del Maestro, estamos en el nido de la bestia. Tarde temprano tendrá que regresar para alimentar a las crías. Voto por esperarla agazapados y aprovechar para atacarla.

-Recuerda que una madre que protege sus crías vale siempre por dos, D'hira.-dijo Hailo con autodeterminación.

-Cierto, -corroboró Kin'ian, el cual buscaba en la pared de la caverna rastros de algún otro túnel excavado por el hajuul- pero no veo ningún túnel más. La madre debe haber salido por la parte superior.

-Entonces...-susurraba temblorosa Som'atha-, se ha llevado al maestro...lo ha matado o se lo ha comido.

-Muy improbable -señaló Somta mientras se acercaba al nido-. Si los huevos están a punto de eclosionar necesitarían comida. La madre probablemente utilizaría el cadáver del maestro para alimentarlas, no se lo comería ella y tampoco lo dejaría tirado por ahí.

Somta se observó alrededor de las raíces húmedas. No había signos de que la tierra alrededor se hubiese removido recientemente, y los huevos no presentaban ni brechas ni marcas de garras. Probablemente llevarían mucho tiempo ahí dentro.

-Según tengo entendido -con los brazos en jarra D'hira miraba al boquete de luz del techo de la bóveda-, los hajuuls dejan a las crías para que se desarrollen solas hasta que sea la hora de que eclosionen los huevos y pueda alimentarlas con sus primeros trozos de carne. Debió olernos cerca y nos consideró un primer plato muy apetecible para sus pequeños bastardos.

-Pero es raro -Kin'ian olisqueó el aire-, noto el olor del Maestro por toda la caverna, ha estado aquí.

-Pues no creo que haya tocado los huevos, están intactos -Somta señaló a los dos grandes huevos azules. Aunque quizás...

-Simplemente debemos esperar a que vuelva la madre -cortó D'hira-. El Maestro probablemente escapase por el agujero y el hajuul vio como única oportunidad de conseguir comida el capturar al señor Juu. Sin embargo, bajo ninguna circunstancia debemos tocar los huevos.

-¿Eso por qué? -preguntó Merk'el mientras miraba por el túnel por el que habían entrado.

-La cáscara es como un terrón de tierra. En cuanto se toca se desmorona. La cría entiende esto como que es la hora de salir y busca comida. A veces puede atacar a la madre ya que el hambre que...

Un grito sacudió toda la caverna. Kin'ian, D'hira, Merk'el, Hailo y Som'atha se pusieron en posición de ataque y miraron en dirección al nido. En él yacía lo que debía haber sido la mitad superior de Somta, mientras que las piernas del manaril se encontraban cerca del borde del nido. De las entrañas de las piernas asomaba una cola muy lisa de color verdeazulado y con una aleta de cuatro puntos. Los jóvenes se quedaron horrorizados. Enfrente suya, un huevo había eclosionado y la cría había pegado un bocado a lo primero que tenía delante, en este caso se trataba de Somta. Preparándose para atacar, los manarils prepararon las lanzas. Entonces la cría fue poco a poco saliendo de los trozos de carne que antes pertenecieron al joven e imprudente manaril y mostró el resto de su cuerpo.

Tenía seis patas rechonchas pero fuertes. Las cuatro traseras tenían forma de aleta con espinas a los lados y las frontales tenían unas garras grandes y amenazadoras, considerablemente grandes para desgarrar carne y cavar en la tierra. Su cabeza tenía forma de boomerang, pero era grande y sobresalía del cuerpo con gracia. El torso del animal era completamente liso y tenía una aleta superior que recorría casi toda la espina dorsal. La cría levantó la cabeza y los jóvenes vieron que no tenía ojos, solo un par de fosas nasales hiperdesarrolldas en medio de la cabeza. Pero eso era un detalle menor. Ahora la cría les miraba y mostraba tods sus encantos. Cuatro filas de dientes, cada uno del tamaño de un pulgar humano, afilados y listos para cortar carne. Sin duda era un milagro de la naturaleza, completamente adaptado a su medio. El milagro viviente les "miró" y saltó sobre los jóvenes sin tregua.

viernes, 9 de julio de 2010

Capítulo II de Purgatorio: "Amigos"

Desde que había sido nombrado capitán, las funciones de Meth se diversificaban y , desgraciadamente, aumentaban también en cantidad. Nunca tenía tiempo para nada: informar acerca del estado de entrenamiento de su tropa, pequeñas tareas encomendadas por sus superiores, entrenarse él mismo. Siempre atareado y cansado, pero procuraba poner todas sus energías en lo que hacía.

Había sido criado en un orfanato de Ëthrell hasta los doce años. Su madre, una artista ambulante abierta de mente e igualmente de piernas, era incapaz de cuidar al niño y lo dio en adopción. Su infancia en el orfanato fue bastante feliz. Sus primeros años transcurrían entre risas y juegos junto a los otros huérfanos, los últimos cuatro los dedicó al estudio de la música y la poesía, ya que casi todos los huérfanos acaban siendo o artistas o juglares. Sin embargo, sintió la llamada a las armas demasiado jóven y decidió enrolarse en el ejército en cuanto tuvo edad suficiente para sostener una espada. La división de infantería del ejército regular de Ëthrell siempre daba la bienvenida a carne de cañón. Sobre todo si es huérfana. Nadie echa de menos a los huérfanos.

Meth estaba en el patio de los barracones a media tarde. Charlaba animadamente con su tropa, una guarnición de diez hombres, todos infantería de avanzada:

-Jefe, sinceramente no entendemos que hace por ahí remoloneando con la "brujita"-se atrevió un jóven bajito y achaparrado.

-Eso creo que no son asuntos de vuestra incumbencia. O le dais más al mandoble u os mando a las barracas sin brazos esta noche.

-Pero...si...mi señor...¿no ha oído lo de su promoción?-preguntó otro larguirucho que sujetaba el tronco de un árbol con la espalda.

-¡No me fastidies, Fereld!-se ofendió mientras escupía al suelo-. Os he dicho mil veces, malditos cabezas de chorlito, que no soy ni señor ni Lord ni su puta madre, hablando en plata. Y sí, he oído lo de la promoción pero por lo que a mi concierne no me interesa ser sargento. ¡Por el amor de dios!¿Si no puedo casi ni controlar vuestras lenguas voy a controlar a un batallón entero?-Meth estalló en carcajadas contagiándole su alegría al resto.-¡Y ahora, a darle a la espada, moved ese culo!

La infantería se puso rápido en movimiento, asestando estocadas a unos peleles de arpillera rellenos de paja. Mientras, el joven capitán observaba y corregía a sus subordinados. Su promoción y ascenso estaban en boca de todos los capitanes, de los más de cincuenta. La jerarquía militar en el ejército de Ëthrell era compleja, sin embargo estaba muy bien definido quien mandaba: Por debajo del rey y del consejo, los únicos que tenían poder real eran los cinco generales.

Recordaba bien el día de su primer ascenso en la cadena de mando. Había sido por su actitud heróica durante unas maniobras. La pequeña tropa a la que pertenecía había quedado aislada en una garganta del río Medass. La caída era considerable y sólo se podía llegar al otro lado a través de un puente de madera maltrecho y, como es obvio, demasiado expuesto. El enemigo (miembros del mismo ejército pero de una facción diferente durante los juegos de guerra) se encontraba oculto entre los árboles que recorrían el sendero del lado contrario de la garganta. El capitán dio la orden de avanzar a paso ligero y cruzar el puente antes de que el enemigo pudiese divisarlos. La orden, estúpida y arriesgada, como de costumbre en estos casos, no surtió efecto. Un soldado enemigo les divisó y los efectos se hicieron de notar enseguida. Dio la casualidad que se fueron a encontrar precisamente con soldados de la división mágica, la "división maldita". En efecto, como autómatas, los únicos tres enemigos apostados en los alisos del camino pronunciaron en alto sus runas. Una poderosa explosión sacudió todo el puente. Los que no murieron carbonizados calleron a las fauces del río Medass. Sólo sobrevivieron cuatro, entre ellos el incompetente capitán y Meth. Las heridas que produjo el fuego en el jóven no fueron graves, pero para el capitán estaba claro que "grave" era decir poco. Completamente ciego y con profundas quemaduras de tercer grado, era una masa sanguinolenta de carne carbonizada. Consiguió alejarse del puente y bajar de la montaña por el lado que habían subido. Los tres soldados supervivientes, aunque cada uno tenía profundas heridas, llevaban al capitán en una capa de piel de venhorn. Sólo llegaron al campamento Meth, el capitán y uno de los supervivientes, el otro no pudo soportar las profundas quemaduras y murió desangrado. Tras recibir tratamiento, fue informado de la muerte del otro compañero, así como la de su capitán. Cuando regresó al bastión del ejército, en el palacio de Ëthrell, le otorgaron la medalla al valor y el ascenso. En el fondo nunca pensó que lo mereciese, sólo contaba con dieciocho años por aquel entonces. Aún así, todavía guardaba un profundo resentimiento hacia la división mágica. Aquel "desafortunado accidente" fue ciertamente desafortunado, pero nunca fue un accidente.

Ahora contemplaba a sus propia tropa y se atormentaba con la visión de su propio capitán, muerto como un héroe, pero una muerte merecida por su estupidez. Se lamentaba de las otras diecinueve almas que se había llevado con él gracias a esa orden.

Un hombre, con una capucha negra y una armadura del mismo color se acercó. a Meth. El jóven no se dio cuenta de su presencia hasta que comenzó a hablar:

-Veo que la tropa se entrena bien estos días, hace bien. No queremos repetir otro incidente como el que ocurrió hace tres años, ¿verdad capitán?

Extrañado, Meth se dió la vuelta e inmediatamente se puso firme. Reconoció enseguida a Gweyn Villenforth, general de los comandos especiales de Ëthrell. Era un hombre alto y fornido. La capucha venía dada por su división. Los comandos especiales se encargaban de misiones que requerían una actuación rápida y sigilosa por lo que siempre iban enmascarados con capuchas negras. Se les llamaba coloquialmente la "división en la sombra", ya que sus misiones siempre eran secretas. No eran espías, eran más bien asesinos.

-¡Mi señor Villenforth!-cohibido por la afirmación del general, Meth titubeó-. Procuraré no cometer los mismos errores que mi predecesor.

-Veo claramente que tu tropa ha reducido su número significativamente, ¿acaso tu pelotón está maldito? -insinuó sardónicamente el general.

-No mi señor. Nuestros efectivos disminuyeron a petición propia. Una tropa de menor número es más manejable y podemos cumplir órdenes con la misma eficacia.

-Ya veo, menos soldados, menos almas que cargar en tu conciencia. Eres astuto, capitán.

-Respeto sus pensamientos, mi general, aunque no los comparto.

-Los compartirás, amigo. Mañana partís. Sereis mi "escolta"-remarcó la palabra con una entonación divertida.-Mis hombres, tus hombres y tu "amiga" la alquimista vamos a dar una vuelta por Forthiund. Preparaos, mañana a las cinco de la mañana, puerta de la luna, es una orden. Mañana se os explicará el objetivo de la misión.

El general se despidió de Meth con un movimiento de cabeza. Inmediatamente después el capitán repartió órdenes de prepararse. En su cabeza bullían multitud de preguntas. ¿Porqué un general de la división más peligrosa de todos los batallones iba a necesitar escolta de una simple tropa de la división de infantería?¿Qué tenía que ver Dahlia, magister alquimista de palacio, con esta misión?¿Qué le esperaba en Forthiund, una pequeña ciudad fronteriza con el país vecino de Agilo? Pero aún así algo le inquietaba aún más. Pese a la evidente burla que le había hecho el general, había notado cierta tristeza en su tono al pronunciar la palabra "amigo". Sólo un general podría permitirse el llamar amigo a un subordinado en el campo de batalla. Y sólo si ambos estaban en combate, en igualdad de condiciones.