lunes, 28 de junio de 2010

Capítulo I de Purgatorio: Sueños y esperanzas

-No dejes que me caiga, Meth. Te lo advierto.-Sus ojos azules se posaron en los del chico y frunció el ceño.

-¡No seas tonta!-replicó Meth, agarrándola con más fuerza por la cintura- ¿En serio me crees capaz de dejarte caer?

-No sería la primera vez que me gastas una de tus bromas- contestó la chica con ironía-. La última vez me dejastes encerrada en el establo. Y no lo habías recogido antes...

Meth se rió con tanto entusiasmo que casi deja caer a la chica. Reaccionó rápido y la agarró aún más fuerte, esta vez por el vientre y acercándola aún más a él. La chica se asustó y con rapidez buscó la seguridad del brazo del joven. Al agarrarse a él giró la cabeza y se encontró frente a frente con su rostro. Examinó sus delicadas facciones, recorrió su boca pequeña, su nariz algo respingona y sus ojos profundamente negros. Sus cabellos castaños caían desordenados por su frente. La cercanía ruborizó a la chica, que rápidamente se dio la vuelta para seguir con su tarea. No lo notó, pero Meth también estaba rojo de vergüenza.

-Te dije que me sujetaras-dijo la chica un poco cohibida por la violenta situación-. No me sueltes, por favor.

-Jamás te dejaría caer, Dahlia -la voz de Meth era seria y firme, amaba a esa chica, no permitiría que le ocurriese nada-. Tenemos que recomponer el sello rápido y sólo tú puedes, no más distracciones.

-¿Prometido?

-Prometido.

Dahlia, con mano experta, pasaba los dedos por el sello que tenía frente a ella. El sello se encontraba en un pilar en el centro de un agujero, por lo que necesitaba ayuda para acercarse a él. Se encontraban en las salas de alquimia del palacio de Ëthrell. El sello de contención que mantenía a los proyectos secretos a salvo había dejado de funcionar y debía ser reparado cuanto antes. Para ello Meth Giglia, capitán de la guardia de palacio; y Dahlia Crimson, magistrada alquimista de Ëthrell, habían acudido a recomponerlo. No era una tarea sencilla ya que requería extrema precisión, de lo contrario, las runas de protección se activarían bloqueando el mecanismo y neutralizando a los manipuladores.

-Maldita sea -sus dedos aún recorrían el sello, evitando el contacto con los símbolos grabados alrededor de él-, está completamente descompuesto, habrá que volverlo a grabar.

-¿Acaso Hubris no cuida de que no se deteriore?

-Ese era su trabajo -dijo Dahlia, echándose hacia atrás para recuperar el equilibrio. Meth dejó de sujetarla-, pero creo que pasa más tiempo enfrascado en sus proyectos que preocupándose de que no dejen de ser secretos.

Meth asintió con un suspiro de resignación. La fama de olvidadizo de Hubris, el general del batallón mágico del ejército, era conocida en todo palacio. Sus constantes investigaciones le hacían perder el interés por todo lo que ocurría a su alrededor y rara vez se le veía fuera de las salas de alquimia, salvo para hablar personalmente con el rey. Sus avances en materia rúnica eran muy apreciados, sin embargo, sus investigaciones alquímicas habían sido relegadas a un segundo plano. Según sus propias palabras: "Las runas son el futuro de la humanidad, la magia dirigirá su destino y debemos estudiar sus posibilidades".

-Bueno, ¿crees qué puedes volver a grabarlo?- preguntó el joven.

-Es bastante posible -Dahlia caviló unos instantes y se giró hacia un cofre situado en la esquina de la habitación-, tráeme el zimbrón y la jhamera. Y un poco de tiza, por favor.

Meth se acercó al cofre y sacó una pequeña pirámide triangular y grisácea, tan pequeña como un dado y grabada con un símbolo en cada una de sus caras, y una vara de cobre con una punta afilada en un extremo y un receptáculo esférico en la otra, además de un saquito con polvo de tiza. Se encaminó a dónde esperaba Dahlia.

La observó, estaba enamorado de esa mujer, y lo sabía, ambos lo sabían. Pero ella no le quería, y eso marcaba al joven capitán. Sus cabellos rojos y ondulados caían gracilmente sobre sus pechos, sus ojos azules le miraban con impaciencia y sus labios finos y carnosos se movían al chasquear la lengua. La joven vestía un traje de faena, con un jubón de cuero blanco y unos pantalones de lino, unas botas de cuero de caña alta remataban el conjunto. Su forma de vestir masculina no disminuía su indiscutible belleza.

-Aquí tienes-entregó los aparatos y la bolsita a la mujer-, nunca he comprendido cómo haces estas cosas. ¿Mágia rúnica?

-¡Magia rúnica dice!-se ofendió.Mientras tanto, abría el receptáculo de la varilla de cobre (la jhamera) e introducía la pirámide (el zimbrón) en él- Ésto es alquimia en estado puro, muchacho, "magia" natural. No cómo esa estúpida moda de usar las "palabras poderosas"- el zimbrón comenzó a emitir una tenue luz azulada y giró en el receptáculo como queriendo escapar de él.

Dahlia se acercó a la columna y pidió a Meth que la sujetase de nuevo. De la punta de la jhamera se desprendían chispas azuladas similares a la luz del zimbrón.

Meth nunca había entendido la alquimia y mucho menos a los alquimistas. Era un gremio muy selecto y sus miembros se escogían en secreto. Miles de niños habían sido arrancados de los brazos de sus familias en virtud de la supervivencia del noble arte de la alquimia, la "magia natural" como acostumbraba a llamarla Dahlia. Se desconocía tanto la localización de su sede como los rituales que habían de pasar los "estudiantes" para engrosar sus filas. Sólo se podía ver el resultado final: Un taumaturgo en completa comunión con los elementos que le rodean. Un alquimista era capaz de sentir la energía del metal, ver las partículas del agua o incluso oir la tensión en la madera. Para ellos, todo lo material era único y, gracias a los rituales que habían sufrido, podían modificar su estructura a voluntad, a coste de su propia energía.

La varilla describía círculos y líneas mientras el joven capitán observaba. Dahlia terminó de dibujar el sello y, con un ademán de la mano, hizo que Meth la llevase de nuevo hacia atrás. Cuando se volvió sus ojos se juntaron de nuevo. La chica, agarrada a sus antebrazos, bajó poco a poco sus manos hasta rozar con sus finos dedos las palmas de él.

-Estoy cansada. -su mirada estaba fija en sus manos y su voz tenía un tono amargo- He de irme.

Él la miraba, miraba su rostro y miraba su pelo. Algo le quemaba por dentro, quería abrazarla pero sabía que no podía. Sencillamente habían nacido en condiciones diferentes. Aunque estuviesen hechos el uno para el otro siempre habría una barrera invisible que no les permitiría estar juntos. Quizás el destino. Quiso ser hechicero. Así cambiaría el destino. Pero sólo era un simple sueño.

Y los malditos sueños siempre siembran la esperanza.

domingo, 27 de junio de 2010

Prólogo de Purgatorio

Rojo, veo rojo.

Mis retinas arden, el color inunda mi mente y penetra en mis pensamientos. El dolor me recorre pero no puedo moverme. ¿Qué ha sido de mi? No puedo abrir los ojos y aún así...ese color.

¿¡Qué está pasando!?¿¡Alguien me oye!?

No, ni siquiera puedo gritar. Mis labios no se han movido. ¿Acaso me he perdido en mi propia mente? No, debe ser fruto de un hechizo. Pero, es tan real...

¿Estoy tumbado? No, quizás de lado. Creo que simplemente estoy flotando. Maldita treta, no conseguirás hacerme desaparecer hechicero de tres al cuarto, ¡me oyes!¡Te despellejaré, engendro!

Empieza a hacer frío, quizás...ésto...no. Puedo pensar con claridad, no debo dejarme llevar por las apariencias. El color es solo una ilusión, sé que tengo los ojos cerrados. Pero aún así...no lo veo..."siento" el rojo. ¿Qué diablos ocurre?¿¡Qué cojones me has hecho!?

No noto mis miembros. Voy perdiendo la sensibilidad, ¿me ha drogado? No, imposible. No he comido desde hace tres días. Quizás su hoja...no. Es un maldito mago, no se rebajaría. Un hechizo pues...pero...mis runas deberían haberlo detenido, ¿por qué no han reaccionado?¿¡Acaso me has matado, jodido prestidigitador!?¿¡Lo has conseguido!?

Quizás sí es cierto, noto como un cosquilleo en lo que antes eran mis brazos. Mis runas...abre los ojos...¿qué está ocurriendo?Abre los ojos, ábrelos.

¡Aaaaaagh!¿¡Qué ocurre!?¡Mis brazos arden!Mis runas, están siendo...no...¡no!¡No lo haré!¡No lo pronuncies!¡Cállate!

¡Aaaaaaaaaarrrrrgh!

Dahlia...tengo frío...abrázame.

Dahlia...¿por qué no me abrazas?

¿Dónde estás?

miércoles, 23 de junio de 2010

Apéndice: La fundación de Kurbogia y la Guerra de las 7 Lanzas

Los kurbog no siempre han vivido y han luchado bajo un mismo estandarte. La creación de una nación como Kurbogia es cuanto menos reciente y el país, aunque joven, ha dado rápidos signos de fortaleza y cohesión. Sus gentes se sienten orgullosos ciudadanos de Kurbogia, sin embargo hubo una época en la que ésta raza de hombres-perro estaban divididos y enfrentados.
Cercano al 1120 de la segunda era, Kurbogia como tal no existía. Sólo había una serie de pequeños asentamientos tribales en los bosques del norte. La comarca de los bosques (conocida como la comarca de Gosso) estaba poblada de tribus nómadas de kurbogs. Cada tribu servía a lo que llamaban un Janalm, o "señores de la caza", que dirigían a su gente persiguiendo a las manadas de saurios navaja o de yamanes. Su economía de subsistencia les bastaba para mantenerse y crecer en número. Pero según fueron creciendo las tribus comenzaron las disputas.

Pese a que los kurbogs eran nómadas, poseían un gran instinto de territorialidad y no permitían que una tribu rival cazase a las manadas que perseguían, ni que se acercasen a sus asentamientos. Sin embargo, dado el reducido número de kurbogs de cada tribu estas disputas se solían saldar con pocas bajas, ya que el bando derrotado, por una cuestión de honor, abandonaba el lugar rápidamente.

Pero poco a poco las tribus fueron creciendo, y se fueron fusionando. Muchas seguían siendo nómadas pero empezaron a aparecer los primeros poblados sedentarios gracias al conocimiento de una agricultura rudimentaria pero efectiva. Los bosques de Gosso eran demasiado reducidos para albergar a la exponencial cantidad de población kurbog, por lo que una de esas tribus (la tribu Fearjaw) decidió asentarse en las tierras altas de Joon, al oeste de los bosques. Las tierras altas eran muy fértiles y abundaban las manadas de saurios navajas por lo que la tribu Fearjaw prosperó con rapidez. Tras ellos, otras tribus se fueron asentando en las tierras del exterior del bosque.

Cuatro tribus destacaron por encima de las demás: los Fearjaw de las tierras altas de Joon, al noroeste; los Shimmerpaw en las llanuras de Hoj, al sur; Los Bloodfur en las montañas de Canderia, al este de los bosques; y los Redfang en los propios bosques de Gosso. Esas cuatro tribus, todas extremadamente territoriales, comenzaron a llevar a cabo escaramuzas entre ellas. Generalmente, los motivos de los ataques eran por la escasez de recursos en unas zonas (en Canderia, por ejemplo, la agricultura era muy pobre, no como en Hoj), pero pronto empezaron las pugnas por una mayor parte de territorio. Al final cada tribu se encontraba luchando con tres enemigos a la vez. Los kurbog entraron en la primera guerra de su historia.

Los kurbog son seres extremadamente honorables, y las batallas sólo las libraban aquellos guerreros que habían sido designados como "favoritos" para defender el honor de su tribu. Cada Janalm llegaba al campo de batalla ,previamente pactado, y elegía a sus guerreros para el enfrentamiento. Ambos bandos escogían el mismo número de guerreros que el contrario, así la lucha sería honorable y la victoria más justa y placentera. Pese a la aparente pasividad que presentan los kurbogs en la guerra, se tratan de guerreros consumados y realmente fieros. Dado que su modo de vida es la caza, su forma de luchar, de moverse, su fuerza y su habilidad manual son increíbles y aquellos elegidos para la batalla luchaban con crueldad y rudeza. Tras el encuentro, los que sobrevivían proclamaban ganadores a su tribu, y la tribu rival abandonaba el lugar y, por tanto, las tierras o recursos que se jugaban en la contienda.

Pero en 1354e2, el Janalm de la tribu de Fearjaw deseaba un alto el fuego, ya que se dio cuenta de que la población de cada tribu había sido diezmada poo a poco, sin importar del bando que fueran. Así que decidió reunir a los Janalm del resto de tribus para proponerles un pacto de no agresión. El lugar elegido fue el santuario de Kajs, en el centro de los bosques de Gosso, un lugar sagrado para todos los kurbogs. Allí se reunieron el Janalm de Fearjaw, An'drej Fearjaw; el de Bloodfur, Amein Bloodfur; el de Shimmerpaw, K'ol Shimmerpaw y el triunvirato de la tribu Redfang (ya que representaban la unión de tres tribus anteriores) llamados J'ails Redfang, Kan'ola Redfang y Faers Redfang. An'drej, artífice de la reunión propuso el pacto alegando que la guerra solo les estaba llevando a una época de hambre y pobreza. Sorprendentemente los siete estuvieron de acuerdo en las consecuencias pero no había consenso en cuanto a una solución pacífica al problema. Kan'ola Redfang, anciana y líder espiritual de su tribu, decidió invocar a la Ley del Círculo, por la cual todo kurbog deja de tener identidad social (deja de pertenecer a una tribu) para emplear la identidad racial.

La Ley del Círculo es una tradición kurbog que se usaba en disputas irreconciliables entre individuos, tribus o familias con diferencias. Al adoptar la identidad racial, el kurbog debe hablar por el bien de su raza, y no por su propio bien o el de su familia o tribu. Esta tradición bebe directamente del instinto de autoconservación y protección natural de todo kurbog, por el cual protegen lo que más quieren con su vida. Al invocar dicha ley, los siete Janalm se vieron obligados a hablar por el bien de su raza y no por el de la tribu. De esta manera Amein Bloodfur propuso la unión de las 4 tribus en un estado, gobernado por los siete Janalm en consenso, como consejo de sabios. De esta manera se aseguraban el fin de las disputas, el reparto equitativo de los recursos y recuperar la población diezmada por las guerras.

De esta manera nació Kurbogia. Los Janalm eligieron como capital de su nueva república al, por entonces, asentamiento de Kithael. Pronto Kithael floreció como una ciudad y se convirtió en el centro cultural y de comercio de la sociedad kurbog. El consejo de los siete Janalm, dirigía el reciente estado. Aunque al principio sólo se podía acceder a ser Janalm por herencia de cada tribu, pronto se fue desdibujando esta frontera y los kurbogs rápidamente olvidaron las diferencias entre unos y otros. Aunque su estructura de gobierno sigue siendo de siete gobernantes, éstos se eligen por sus logros y luego el pueblo decide si mantener al Janalm o que dimita, y es independiente de que tribu proceda, ya que ya no existen como tal (Sólo queda el remanente en ciertos apellidos). Al episodio de la guerra tribal se le denominó Guerra de las Siete lanzas y marcó el inicio de la poderosa sociedad kurbog en Dan'n'thel.

lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo II de La Maldición: El Hajuul

La mañana rompió a la hora prevista, como todos los días. El bosque poco a poco se despertaba y se arreglaba para los cazadores que debían emprender la marcha vistiendo sus mejores galas de verde hoja y marrón tronco. Mientras tanto, el campamento se desperezaba con frenética actividad.

Los seis jóvenes manarils a las órdenes de Juu Highteeth se apresuraban en asegurar los cajones de las presas, en recoger las tiendas, juntar los aparejos y demás instrumentos de caza y borrar todo rastro de que allí durmieron siete kurbogs la noche pasada. Kin’ian se afanaba en juntar todas las lanzas en un fardo para ser transportadas mejor, pero en sus intentos de atarlas solo consguía que se descolocaran y cayesen al suelo. Con un suspiro de frustración recogió las armas y volvió a intentarlo.

-Es admirable tu tesón, pero así solo conseguirás tirarte toda la mañana para tener que llevarlas todas en ambas manos por no haberlas atado.- surgió una voz a su espalda.

Kin’ian se volvió con cara de irritación y dirigió una mirada de reprimenda a la mujer que recogía las tiendas detrás de él.

-¿Acaso tú conoces una forma mejor de atarlas?-replicó con ironía

-Conozco cinco formas de atarlas -dijo la joven mientras seguía con su tarea-, y ninguna pasa por dejarlas caer al suelo. Espera - la chica se acercó hacia Kin’ian sonriendo y con un toque irónico dijo-, te las muestro.

Cogiendo las siete lanzas que aún tenía en la mano Kin’ian y las cinco que dejó caer empezó a pasar una cuerda alrededor de cada una, mientras las disponía en paralelo por el suelo. Una vez atadas cada lanza, comenzó a enrollar la cuerda haciendo un fardo perfecto con las lanzas. El joven vigilaba todo el proceso con cara de derrota y el puño crispado en señal de fastidio.

-No te preocupes, khalit, –dijo la muchacha mientras le entregaba el fardo- nadie nace sabiendo.- y una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.

“Pero yo sí debería haberlo sabido” Pensó Kin’ian. Aún mirando al suelo, una mezcla de envidia y vergüenza recorría su mente y su cuerpo.

-Por cierto, soy D’hira. No te veo mucho por el campamento- con un gesto desenfadado siguió recogiendo las tiendas-, ¿Cómo te llamas?

-Kin’ian, - Al pronunciar su nombre una mirada de asombro recorrió el rostro de la chica- no suelo permanecer mucho en el campamento, suelo cazar, a eso hemos venido, ¿no? –comentó con sorna.

-Bueno, sí. Pero a algunos les gusta saber con quién lo hacen. – con una piqueta aún en la mano se encogió de hombros- Por eso es un “grupo de caza”, ¿verdad? – Contestó también con ironía.

Kin’ian dejó escapar un bufido y se agachó para recoger el fardo de lanzas, se lo ajustó a su espalda y lo agarró por la cuerda que colgaba. Notó enseguida que las lanzas se mantenían en su sitio, ordenadas y bien empaquetadas. La muchacha volvió a su tarea de recoger las tiendas de campaña. Kin’ian la observó un momento. Su pelaje era marrón oscuro, muy liso y sin ninguna mancha. Sus orejas eran puntiagudas y su hocico algo corto. Pero lo que más llamaba la atención de la joven era el color de sus ojos, un ojo verde oliva y el otro marrón claro. Nunca había visto ese tipo de ojos pero les parecieron extraordinariamente bellos. Ella se giró entonces encontrándose con la mirada del joven. Cuando se dio cuenta, el muchacho giró tan bruscamente que se le escapó la cuerda que sujetaba el fardo y le cayó encima de la pata. Kin’ian soltó un patético gritito y empezó a saltar agarrándose la pata lastimada. Su improvisada danza arrancó las carcajadas de D’hira. Con su orgullo herido, Kin’ian dejó de saltar recogió su fardo y se encaminó apresurado hacia el otro lado del campamento seguido de cerca por la mirada de la muchacha, que seguía sonriendo mientras le veía marchar.

Los cazadores partieron temprano. Atravesaron el bosque hacia el oeste, hacia las tierras pantanosas. Se movían en fila y de forma sigilosa. De vez en cuando hacían algún alto en el camino para tomar un respiro y beber un poco de agua. Llegando al límite de los pantanos se hizo una última escala. Merk’el estaba sentado en una roca cerca del Maestro Juu, que permanecía de pie en el centro de un pequeño islote de tierra, olisqueando el aire. El pequeño terrón de tierra se hallaba cerca del borde de las tierras pantanosas de Juiinam. Estaba curiosamente limpio de matorrales, arbustos y demás vegetación. Era un sitio estratégico perfecto: Había varias rocas donde poder esconderse y donde descansar, la vegetación no impediría el paso si había que escapar o correr y el hecho de que se encontrase cerca de la frontera del pantano hacía más sencilla la huida hacia el bosque en el caso de que el hajuul diese problemas serios. Todos ya habían dado por hecho que ese sería el punto de montar el campamento así que empezaron a deshacerse de los aparejos.

-Exactamente, -se dirigió Merk’el al Maestro- ¿dónde vive un hajuul?

El Maestro ni siquiera le dirigió la mirada al chico mientras hablaba, estaba absorto en detectar el olor de algo en el aire.

-Los hajuuls son bestias enormemente fieras. Su gigantesco cuerpo se mueve a gran velocidad por el barro y las charcas del pantano. –Su hocico detectó algo y entrecerró los ojos como intentando centrar su mente en ese único rastro- Cazan a sus presas mediante emboscadas, camuflándose con los árboles.

-Pero, si son tan grandes, -Dijo con un tono cada vez más bajo, el ambiente opresivo del pantano y el, cada vez más extraño, comportamiento del maestro Juu invitaba a susurrar las opiniones en vez de expresarlas en un tono normal- ¿Cómo consiguen esconderse tan bien?

-Viven y viajan parcialmente bajo tierra. –Dijo también bajando el tono de voz, su expresión se iba tornando cada vez más concentrada, como si supiera poco a poco hacia dónde se dirigía el olor que captaba- Solo se les puede ver fuera cuando atacan, y aún así mantienen parte de su cuerpo enterrado.

Kin’ian, apoyado en un árbol olisqueó algo diferente en el ambiente, como un olor a carne podrida. Penetraba cada vez con más fuerza en sus fosas nasales, como si se acercase un cortejo fúnebre mientras velaban un ataúd abierto. No sabía que el pantano oliese de esa manera y solo en sus más horrendas pesadillas podría imaginar qué clase de fenómeno causaba tan nauseabundo olor . D’hira, que se encontraba sentada en el suelo descansando del viaje, con un odre de piel en la mano se dirigió también al Maestro Juu:

-Si no se les puede ver hasta que no ataquen, -Dijo en voz más alta que sus compañeros. El resto de manarils se sobresaltaron y la miraron como si D’hira hubiese sentenciado al grupo por haber levantado la voz- ¿Cómo lo cazamos?- Dijo entonces cohibda.

De repente, las aguas de alrededor del islote se enturbiaron. Algo les rodeaba, había pasado por el agua a tal velocidad que arrastraba el sedimento del fondo de la charca. Los seis manarils se levantaron rápidamente y empuñaron cuchillos, ballestas y lanzas preparados par entablar batalla contra algún jespulón de los pantanos, o algún cabriu. Sólo el Maestro Juu no se inmutó. Sabía que no los estaba rodeando nada. Lo que quiera que estaba acechando estaba bastante más cerca y era como que diez veces más grande que un jespulón y un cabriu juntos. Con pasividad, desenvainó su cuchillo, se encaminó al centro del islote y lo clavó fuertemente en la tierra, de la que manó unos hilillos de sangre.

-Dejando que nos cace él primero.

Un rugido rompió el aire y se clavó en los oídos de todos.

Capítulo I de La Maldición: La Caza

El aire corría entre los árboles como escapando de algo, frío y veloz, helaba la cara de una pequeña liebre que huía a toda velocidad. Cruzaba arbustos y salientes con agilidad pero, poco a poco, su perseguidor le sacaba ventaja. Llegó a un arroyo y se creyó a salvo. Quieta, escuchaba al bosque y olisqueaba el aire, no lo detectaba. Descansando en la orilla recuperó fuerzas. Entonces algo saltó sobre ella, con una garra presionó sobre el cuello y con la otra sobre el lomo. La fuerza de la caída y el peso del cazador rompieron el cuello de la alimaña, matándola casi en el momento. Satisfecho, el cazador se irguió y sonrió para sí mismo.

El pelaje gris plateado se movía al compás del aire y sus ojos azules competían con la luna en brillo. Era joven, muy joven, unos 35 años, pero su habilidad y fiereza le granjeaban respeto entre sus hermanos cazadores. El joven kurbog, hombres-perro, tenía facciones lupinas que le hacían bastante atractivo ante las hembras y su evidente juventud (puesto que los kurbog cumplen la mayoría de edad a los 30 y mueren a los 200 años aproximadamente) hacía que se ganase la envidia de los varones más ancianos. Kin’ian Bloodfang era cazador desde hacía un año, pero aprendía rápido y los Janalm, señores de la caza, le permitían salir a menudo pese a ser solo un Manaril (cazador de bajo rango) ya que pese a su rango traía presas muy a menudo.

Cogió la liebre, las juntó con las otras cinco que llevaba al hombro y se dispuso a partir de vuelta al campamento base. Era tarde, la noche brillaba con el resplandor de mil estrellas, no había luna. Las estrellas siempre cautivaban a Kin’ian, los kurbog usaban la astronomía con habilidad y la empleaban en conocer los movimientos de la caza y el cultivo de las cosechas, pero no las amaba por eso, adoraba ese resplandor mágico que creaba formas en el cielo, formas brillantes que hechizaban sus sentidos. Siguiendo la constelación del Jirón avanzaba raudo entre los árboles. Pronto distinguió el resplandor de una hoguera y supo que estaba en el campamento.

-¿Ay na manar?- Preguntó el centinela de guardia

-Manar so noah, hermano-dijo Kin’ian mientras se erguía y disminuía el paso.

El campamento era pequeño, unas tres tiendas, pero tenía los útiles indispensables para un cazador: Cuchillas para despellejar, armas para presas más grandes, cajones de especias para conservar la captura…y un buen fuego acogedor para calentar los huesos y descansar después de una agotadora noche de caza.

Kin’ian se acercó a los cajones e introdujo su captura en ellos, cuidando de que se cubrían bien de raíz preservadora 1.

-¡Vaya, buena caza, manaril! Si te dejamos solo eres capaz de cazar tres saurios navaja sólo con tus manos.

-No necesito tu ironía ahora mismo, Merk’el –Contestó con desdén- ¿no deberías estar vigilando?¿Qué hace Hailo vigilando en tu lugar?

-¡Eh, eh!¡Qué insinúas! Cambié el puesto con Hailo cuando perdió al Chinchiroín, no me acuses en vano, colega. –Se ofendió.

-Deberías dejar ese juego, estás enganchado.

-Bueno, tú estás enganchado a la caza, nos estás dejando en ridículo- Dijo Merk’el mientras jugueteaba con el intestino de una liebre de la caja.

-Lo siento,-dijo Kin’ian un poco avergonzado- pero a veces pongo demasiado énfasis.

-Nunca es demasiado, manaril. –Habló una voz detrás de ellos- La caza es importante para Kithael y usted le está dando más de lo que pueda pedir, siéntase orgulloso de su labor.

-¡Maestro Juu! – el rubor pinceló el rostro de Kin’ian -No merezco su respeto –se humilló, arrodillándose y obligando a Me’k'el a hacer lo mismo.

El kurbog que había aparecido tras los jóvenes llevaba galones propios de su rango, era un maestro rastreador al servicio del señor de la caza Kiurgo, y su graduación era la más alta en el campamento, estando él al mando de la operación. Sus cicatrices denotaban su experiencia en la caza, su pelaje era parduzco y sus facciones marcadas, con un morro largo, acostumbrado a rastrear, y orejas picudas para oír a sus presas. Era viejo y experimentado y sabía oler la habilidad cuando se presentaba ante su hocico.

-¿Ves?, siempre eres tú el que deslumbra al maestro… -susurró enfadado Merk’el

-¡Shhh! No es mi culpa, todos están encima de mí esperando a que haga algo importante –contestó en voz muy baja Kin’ian – ya tendrás tu oportunidad.

-Mañana vamos a cazar hajuuls, preparen sus aparejos y afilen sus lanzas, saldremos toda la expedición. – Se volvió dándoles la espalda - Ahora, id a descansar.

Cansados, Merk’el y Kin’ian se introdujeron en una tienda en forma de cono. El interior estaba helado y había dos alfombras de piel y dos mochilas sobre las que “descansar” sus cabezas. Merk’el pronto se tumbó en la alfombra y comenzó a juguetear sin darse cuenta con un nudo en su cabello. Mientras, Kin’ian revisaba el interior de su mochila y anotaba mentalmente lo necesario para mañana.

-Dime, ¿echas de menos Toos?- Preguntó Mer’kel

-A veces –comentó distraído su compañero, aún absorto en la preparación de su equipo- pero procuro no pensar en ello.

-No -dijo Mer’kel con resignación-, a ti solo te preocupa la caza últimamente…

Mer’kel había dado en el blanco, la caza era su vida y había nacido para ella, rara vez Kin’ian se interesaba por otras cuestiones no relacionadas con ella. A veces se volvía insensible al resto del mundo ya que simplemente las convenciones sociales escapaban a su comprensión. Una simple conversación amistosa con un conocido le suponía un esfuerzo enorme. ¿De qué hablaría?¿De los últimos chismorreos del pueblo?¿De las noticias de las batallas en el continente de Alleria? No conocía esos temas, en su caso acabaría hablando de la caza, del peso necesario para partir el cuello a un jabato, de los nudos que hay que hacerle a una lanza antes de lanzarla al agua contra una cabriu o de la forma de rastrear las pisadas de un saurio navaja. Era un chico con poca conversación. Y Mer’kel sabía que esto destrozaba a su amigo por dentro.

-Lo siento, no debería haber dicho eso –se disculpó Mer’kel- pero, desde que nos mandaron a esta avanzada no haces otra cosa que cazar. Casi no te veo por el campamento. –apartó la mirada de su compañero, que le daba la espalda- A veces me siento algo solo aquí.

-Tienes a Hailo,-dijo Kin’ian sin volverse- has dicho que juegas con él al Chinchiroín.

-Hailo es idiota, –dijo Mer’kel con un mohín- no se puede mantener una conversación de más de treinta segundos con él sin que se distraiga con una polilla.

-Bueno, ya sabes que yo tampoco puedo hacerlo sin que hable de las capturas del día. - sentenció sardónico su compañero.

Mirando al exterior de la tienda, Mer’kel podía ver el fuego. Aunque hacía frío en el interior de la tienda, algo ardía en el interior del muchacho.

-Supongo que sí -dijo con la mirada perdida-, pero a veces me gusta oír esas historias…
Kin’ian se volvió sorprendido hacia su amigo pero Mer’kel ya se había dado la vuelta y se había acurrucado en la alfombra.

-Buenas noches.

-Buenas noches, Mer’kel.

No se imaginaba que a su amigo le importase tanto que estuviese a su lado. Esta vez había llegado demasiado lejos con su obsesión. Decidió cazar al día siguiente junto a él, después de todo a Mer’kel también le encantaba rastrear. Estaba decidido. Dejó el resto de preparaciones para la mañana siguiente y se recostó dando la espalda a Mer’kel. Habían crecido juntos, pero tan diferentes.

Sí, echaba de menos Toos después de todo. Al fin y al cabo, fue el pueblo que le vio nacer. Una pequeña comunidad de Kurbogs trabajadores, dedicada casi exclusivamente al autoabastecimiento y la supervivencia. Se encontraba al noroeste de Kurbogia, en las tierras altas de Joon. La colina de Toos era un lugar inmenso y verde. Salpicado a menudo de pequeñas huertas y establos para saurios navaja domésticos. Era un pueblecito ideal donde los dos muchachos se criaron, peleándose por todo pero aún así queriéndose.

Y mañana marchaban a la caza de hajuuls a las órdenes de un gran rastreador Anhelm. Mañana serían por fin adultos.

Prólogo: La Maldición

-Juro que no la toqué, jamás la toqué.

-Ya eso no importa, ¿no crees?- dijo el anciano con sorna – ahora poco puedes hacer por ella excepto recoger los pedazos.

Al acabar esa expresión su rostro se tornó severo, la gracia desapareció de sus ojos mientras se encaminaba a la trastienda a por una escoba. El fuego crepitaba en el interior de esa cabaña. Un humanoide estaba arrodillado frente a un montón de cristales esparcidos por el suelo, lloraba mientras los cogía en sus garras y éstos se le clavaban en la piel, arrancando la sangre de sus heridas. Sus lágrimas resbalaban por su pelaje y aullaba desconsoladamente.

El hombre viejo regresó con la escoba y empezó a recoger los cristales:

-¡No, no la toques!- gritó el humanoide destrozando la escoba de un zarpazo

-Mira, ya no se puede hacer nada, está rota…

-¡No la trates como un objeto!¡La amaba! No entiendes lo que esta maldición ha supuesto para mí. – Arrodillándose de nuevo, llorando, clavándose los cristales en las rodillas- No sabes lo que esta maldición ha supuesto para mí…lo he perdido todo.

Con un suspiro melancólico el anciano cogió una silla y se acercó al humanoide. Se sentó en ella y preparó una pipa con tabaco. Al encenderla, un suave aroma a tabaco viejo inundó la pequeña choza. Dio tres profundas chupadas y entornó los ojos, recordando:

-No, mi peludo amigo, claro que se lo que es esa maldición…

Levantó la mano tímidamente y empezó a quitarse el guante. Alrededor de la mano desnuda se atisbaba un continuo crepitar gaseoso, como un suave repicar de diminutas campanas que de inmediato se estrellaban contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos. Miró por un instante la mano del anciano, pero quedó horrorizado. Al final del muñón no había nada, la mano había desaparecido completamente, sin embargo, ahí estaba, dibujada por los restos de aire cristalizado a su alrededor. Entre todos esos pequeños cristalitos de aire se veía un símbolo refulgir con una tenue luz anaranjada. El viejo miró su muñón durante un buen rato, recordando con dolor lo que había vivido. Después miró al humanoide con una sonrisa:

-Verás, te voy a contar una historia. A lo mejor te sirve de ejemplo. Así sabrás porque jamás te desprenderás de esa maldición aunque te cortes tu propia mano.

Se volvió a poner el guante y se recostó en la pesada silla de madera. El humanoide se había apartado de los cristales y ahora estaba junto al fuego, mirándolo fijamente, pensando arrojarse a él. Mientras, el olor a tabaco llenaba el aire y las palabras del anciano dibujaban sombras en el rostro del muchacho.

El porqué

Eso es lo que me pregunto a mi mismo:¿Y porqué te vas a hacer un blog? Muy simple...porque lo hace todo el mundo. Qué mas dá seguir de vez en cuando al populacho (al que orgullosamente pertenezco) con sus más insólitas manías y sus más surrealistas caprichos. Así que he decidido abrirme por la mitad y exponer mis entrañas al mundo para que los forenses de la sociedad determinen porqué cada día muero un poquito y porqué con una palabra hay gente capaz de hacer que recoja mis entrañas, me levante y me dirija a la puerta, dispuesto a salir.

En fin,aquí os contaré un poco la historia de ese mundo ficticio: Dan'n'thel o traducido "la herencia del Gobernante". De como cada vida tiene su cabida en estas historias, sus deseos, sus miedos y sus más grandes pasiones. Dan'n'thel tiene una herencia rica, una sociedad próspera y con mis narraciones, poco a poco intentaré construir desde cero ese mundo en vuestras mentes, para que cuando os adentreis en él podais sentir lo mismo que los protagonistas de nuestras historias.

Y sin más preámbulos aquí os dejo este pedacito de mí, para que lo cateis plácidamente y podais escupirlo en esa bandejita para echarlo, simplemente para que se os quede en el paladar un dulce regusto.

Yoshiki, autor