lunes, 28 de junio de 2010

Capítulo I de Purgatorio: Sueños y esperanzas

-No dejes que me caiga, Meth. Te lo advierto.-Sus ojos azules se posaron en los del chico y frunció el ceño.

-¡No seas tonta!-replicó Meth, agarrándola con más fuerza por la cintura- ¿En serio me crees capaz de dejarte caer?

-No sería la primera vez que me gastas una de tus bromas- contestó la chica con ironía-. La última vez me dejastes encerrada en el establo. Y no lo habías recogido antes...

Meth se rió con tanto entusiasmo que casi deja caer a la chica. Reaccionó rápido y la agarró aún más fuerte, esta vez por el vientre y acercándola aún más a él. La chica se asustó y con rapidez buscó la seguridad del brazo del joven. Al agarrarse a él giró la cabeza y se encontró frente a frente con su rostro. Examinó sus delicadas facciones, recorrió su boca pequeña, su nariz algo respingona y sus ojos profundamente negros. Sus cabellos castaños caían desordenados por su frente. La cercanía ruborizó a la chica, que rápidamente se dio la vuelta para seguir con su tarea. No lo notó, pero Meth también estaba rojo de vergüenza.

-Te dije que me sujetaras-dijo la chica un poco cohibida por la violenta situación-. No me sueltes, por favor.

-Jamás te dejaría caer, Dahlia -la voz de Meth era seria y firme, amaba a esa chica, no permitiría que le ocurriese nada-. Tenemos que recomponer el sello rápido y sólo tú puedes, no más distracciones.

-¿Prometido?

-Prometido.

Dahlia, con mano experta, pasaba los dedos por el sello que tenía frente a ella. El sello se encontraba en un pilar en el centro de un agujero, por lo que necesitaba ayuda para acercarse a él. Se encontraban en las salas de alquimia del palacio de Ëthrell. El sello de contención que mantenía a los proyectos secretos a salvo había dejado de funcionar y debía ser reparado cuanto antes. Para ello Meth Giglia, capitán de la guardia de palacio; y Dahlia Crimson, magistrada alquimista de Ëthrell, habían acudido a recomponerlo. No era una tarea sencilla ya que requería extrema precisión, de lo contrario, las runas de protección se activarían bloqueando el mecanismo y neutralizando a los manipuladores.

-Maldita sea -sus dedos aún recorrían el sello, evitando el contacto con los símbolos grabados alrededor de él-, está completamente descompuesto, habrá que volverlo a grabar.

-¿Acaso Hubris no cuida de que no se deteriore?

-Ese era su trabajo -dijo Dahlia, echándose hacia atrás para recuperar el equilibrio. Meth dejó de sujetarla-, pero creo que pasa más tiempo enfrascado en sus proyectos que preocupándose de que no dejen de ser secretos.

Meth asintió con un suspiro de resignación. La fama de olvidadizo de Hubris, el general del batallón mágico del ejército, era conocida en todo palacio. Sus constantes investigaciones le hacían perder el interés por todo lo que ocurría a su alrededor y rara vez se le veía fuera de las salas de alquimia, salvo para hablar personalmente con el rey. Sus avances en materia rúnica eran muy apreciados, sin embargo, sus investigaciones alquímicas habían sido relegadas a un segundo plano. Según sus propias palabras: "Las runas son el futuro de la humanidad, la magia dirigirá su destino y debemos estudiar sus posibilidades".

-Bueno, ¿crees qué puedes volver a grabarlo?- preguntó el joven.

-Es bastante posible -Dahlia caviló unos instantes y se giró hacia un cofre situado en la esquina de la habitación-, tráeme el zimbrón y la jhamera. Y un poco de tiza, por favor.

Meth se acercó al cofre y sacó una pequeña pirámide triangular y grisácea, tan pequeña como un dado y grabada con un símbolo en cada una de sus caras, y una vara de cobre con una punta afilada en un extremo y un receptáculo esférico en la otra, además de un saquito con polvo de tiza. Se encaminó a dónde esperaba Dahlia.

La observó, estaba enamorado de esa mujer, y lo sabía, ambos lo sabían. Pero ella no le quería, y eso marcaba al joven capitán. Sus cabellos rojos y ondulados caían gracilmente sobre sus pechos, sus ojos azules le miraban con impaciencia y sus labios finos y carnosos se movían al chasquear la lengua. La joven vestía un traje de faena, con un jubón de cuero blanco y unos pantalones de lino, unas botas de cuero de caña alta remataban el conjunto. Su forma de vestir masculina no disminuía su indiscutible belleza.

-Aquí tienes-entregó los aparatos y la bolsita a la mujer-, nunca he comprendido cómo haces estas cosas. ¿Mágia rúnica?

-¡Magia rúnica dice!-se ofendió.Mientras tanto, abría el receptáculo de la varilla de cobre (la jhamera) e introducía la pirámide (el zimbrón) en él- Ésto es alquimia en estado puro, muchacho, "magia" natural. No cómo esa estúpida moda de usar las "palabras poderosas"- el zimbrón comenzó a emitir una tenue luz azulada y giró en el receptáculo como queriendo escapar de él.

Dahlia se acercó a la columna y pidió a Meth que la sujetase de nuevo. De la punta de la jhamera se desprendían chispas azuladas similares a la luz del zimbrón.

Meth nunca había entendido la alquimia y mucho menos a los alquimistas. Era un gremio muy selecto y sus miembros se escogían en secreto. Miles de niños habían sido arrancados de los brazos de sus familias en virtud de la supervivencia del noble arte de la alquimia, la "magia natural" como acostumbraba a llamarla Dahlia. Se desconocía tanto la localización de su sede como los rituales que habían de pasar los "estudiantes" para engrosar sus filas. Sólo se podía ver el resultado final: Un taumaturgo en completa comunión con los elementos que le rodean. Un alquimista era capaz de sentir la energía del metal, ver las partículas del agua o incluso oir la tensión en la madera. Para ellos, todo lo material era único y, gracias a los rituales que habían sufrido, podían modificar su estructura a voluntad, a coste de su propia energía.

La varilla describía círculos y líneas mientras el joven capitán observaba. Dahlia terminó de dibujar el sello y, con un ademán de la mano, hizo que Meth la llevase de nuevo hacia atrás. Cuando se volvió sus ojos se juntaron de nuevo. La chica, agarrada a sus antebrazos, bajó poco a poco sus manos hasta rozar con sus finos dedos las palmas de él.

-Estoy cansada. -su mirada estaba fija en sus manos y su voz tenía un tono amargo- He de irme.

Él la miraba, miraba su rostro y miraba su pelo. Algo le quemaba por dentro, quería abrazarla pero sabía que no podía. Sencillamente habían nacido en condiciones diferentes. Aunque estuviesen hechos el uno para el otro siempre habría una barrera invisible que no les permitiría estar juntos. Quizás el destino. Quiso ser hechicero. Así cambiaría el destino. Pero sólo era un simple sueño.

Y los malditos sueños siempre siembran la esperanza.

2 comentarios:

  1. Pobre Meth,,,,, no conocía esa parte sensible suya,,,, pero bueno,,,, ya me tocará discutir con él en algún momento ^^

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  2. XDD asi me gusta dejando la intriga para enganchar al personal XD

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