lunes, 24 de enero de 2011

Capítulo III de Purgatorio: Recuerdos

En thermios, el río Yön era nada más que una caricatura del poderoso torrente en el que se convertía con el deshielo en criom. El estío disminuía su caudal visiblemente y solo se podía ver un arroyito de aguas cristalinas vadeando por las riberas. Eso en su nacimiento. En el curso medio, a su paso por la capital del reino Ëthrell, los numerosos afluentes le dotaban de nuevo de vida y actividad.

El río corría apaciblemente a la derecha del camino. Hileras de shopilos y verdefloras lo acompañaban en su interminable viaje hacia el Mar Interior. El tramo cercano a la Vega de Luna (Vais’n’sel’nn según los antiguos) era una etapa estacionaria de las aguas, el vigor de la ciudad hacía tiempo que había amainado. Las carreteras que corrían junto al Yön eran relativamente seguras, y, aunque no se consideraban calzadas reales, eran muy transitadas. La provincia de Vega de Luna sustentaba su economía gracias a las numerosas calzadas que discurrían por ella, era, pues, la última parada antes de llegar a la capital e innumerables comerciantes, oportunistas y, por supuesto, bandoleros, hacían su agosto gracias a las rutas mercantes.

La compañía llevaba ya tres días de camino. La soldadesca, que acostumbraba a retrasar expediciones debido a la carga que generalmente portaban, en esta ocasión marchaban con una insólita rapidez. Incluso se permitían entonar canciones de marcha que alegraban el corazón con blasfemias inocentes y con imprecaciones algo más subidas de tono:

Cuando la veas aparecer por la cantina
Que no te lleve la muerte
Porque con mirarla sabes que miente
Y al vecino de al lado se trajina
Uh-uap,uh-uap jé!

La infantería del batallón de Meth marchaba al frente, a pie como era de esperar, portando todos sus aparejos –que no eran más que un zurrón con el racionamiento del ejército (un chusco de pan y un cacho de queso), una espada al cinto y una rodela a la espalda-. Sin embargo, cinco figuras viajaban en la retaguardia, montando sendos saurios-navaja. Gwayn Villenforth y dos escoltas montaban unos estupendos saurios negros, del norte de Kurbogia. A su derecha estaba Dahlia Herrshel y Meth Giglia montando, respectivamente, un padiiliano pardo y un desertiano color arena. La escolta de Villenforth se mantenía siempre alerta, aunque casi no se distinguiera bajo las capuchas. Su presencia oscurecía el ambiente, y la situación era tensa e incómoda. Ninguno hablaba. De vez en cuando Dahlia soltaba algún bufido, ofendida por las alegres tonadillas de la soldadesca. Pero inmediatamente bajaba la cabeza como si su protesta estuviera fuera de lugar.

-La aldea de Forthiund está cerca- rompió el silencio Villenforth-. Tus soldados deberían bajar el tono y preocuparse más por la misión que por líos de faldas. ¿Acaso son un reflejo de su superior?

El comentario despectivo no pareció acertar en el blanco. Con profesionalidad, Meth ordenó a su tropa mantener una posición vigilante. Súbitamente cesaron los cantos y la música fue reemplazada por el sonido de ocho espadas desenvainando.

-Mi tropa está lista, mi señor, ¿nos explicará de un vez el motivo de esta travesía?-no hizo amago de ocultar la irritación en sus palabras.

-En ese remoto pueblecito se ocultan tres terroristas que planean atentar contra la corona. Venís a eliminarlos.

-¿Y la presencia de la Magistri Alquimista?

-Eso excede de tus competencias muchacho, tu misión es entrar en Forthiund y atrapar con vida a Methele Uhlkson, Gregor Uhlkson y An'alis Ka'alim. Te aviso que no serán fáciles de capturar. Nuestros objetivos, aunque trabajemos juntos, son diferentes. Y no tengo orden de compartir mis propósitos. Eso incluye a la Magistri Dahlia.

-Curioso, creí que íbamos a ser su escolta.

-Lo habéis sido, hasta llegar a Forthiund. Ya se ve el pueblo a lo lejos, aquí nos separamos, capitán -marcó la última palabra como un tiro y tiró de las riendas de los saurios. Los cuatro se separaron del eje central y se perdieron tras la colina.

Meth estaba visiblemente enfadado. Órdenes crípticas, absolutamente ninguna información, misiones secretas...¿qué estaba pasando?¿Un atentado contra el rey?¿quién querría hacer algo así?, Ëthrell no se encontraba en guerra. Preguntas, preguntas, preguntas, la duda era su eterna condena, la duda hacía que a sus propios ojos fuese un verdadero cobarde. ¿Fue la duda la que le salvó en aquel desfiladero? ¿Porqué es el cobarde el que sobrevive mientras los valientes entregan sus almas?. No era tiempo de cuestionarse la existencia.

Debía encontrar a esos tres terroristas, al parecer dos hermanos y un draig'kin. Que un batallón entrase en una aldea buscando gente era demasiado evidente, los tres escaparían a la mínima señal de peligro. Decidió dividir a su tropa en tres. Estudió el mapa del pueblo durante unos minutos y al fin consiguió crear una estrategia. De tres en tres peinarían la aldea desde las tres entradas a esta, cubriendo así las posibles rutas de escape. Habría que estar atentos a las monturas que encontraran para evitar que pudieran usarlas.

Comenzaron la búsqueda, pero no tardaron en encontrarles. Simplemente estaban en la plaza del pueblo, esperándoles. No fue difícil reconocerles, un chico y una chica human'an junto a una draig'kin. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Meth.

-¿Sois los hermanos Uhlkson y An'alis Ka'alim?

-N'vinah shiga na hukiel.

-Sí, y con escolta, fíjate hermanita.

-Pero, ¿no venía el encapuchado con ellos?

-Habrá decidido emboscarnos, como si lo viera. ¿De qué se nos acusa, soldado?

-Capitán-dijo ofendido-. Sois acusados de terrorismo y de intento de atentar contra la vida del rey Johan Sebastian I.

-Un regimiento para nosotros -comentó Gregor, ignorando visiblemente a Meth-. Debemos de interesarles realmente a esos tíos.

-Si shiga'n'fishthael na?

-Esta vez sí va en serio, Greg. Dejémosles en paz -la chica sonaba impaciente-. Vámonos.

-¿Y volver a huir? Estamos muy cerca de Ëthrell, por fin podremos ajustar cuentas.

-Tropa, en posición.

Los soldados se agruparon alrededor de los tres, cortándoles la huida. El repiqueteo de las cadenas de las cotas de malla casi producía un ritmo mecánico, presagiando la pelea. Pero no la hubo. No hubo tiempo de pelear. ¿Cómo peleas si se te viene encima un monocorno de cuatro metros? Simplemente no peleas, te dejas morir aplastado porque no has tenido tiempo de apartarte de su trayectoria.

Dos soldados bajo el monocorno que no se sabía de dónde había salido y otros dos empalados en su apéndice. Dos más empleándose a fondo con la draig'kin que había sacado una lanza también de la nada y la blandía como una experta. Los dos que quedaban habían salido corriendo, no se sabe porqué pero el miedo se veía en sus rostros, los ojos de Methele brillaban.

Meth lo contemplaba todo con el rostro desencajado. La facilidad con que su tropa bien entrenada había sido derrotada le produjo un profundo shock, estaba reviviendo su pasado desde el punto de vista de su capitán. No entendía la situación, ¿qué había hecho mal?¿Por qué no lo vio venir? Era su culpa, no los entrenó lo suficiente, no supo dar las órdenes, su estrategia fue un fracaso.

Casi en trance tomó su espada y lentamente se dirigió hacia los dos humanoides y la bestia. Su paso era decidido y miraba al suelo, como entristecido. Estaba resignado a morir como su antiguo capitán, lucharía y moriría por su incompetencia. Sus contrincantes se pusieron en guardia.

-Amigo, yo que tú saldría corriendo, vas a correr la misma suerte que tus camaradas -el monocorno articuló estas palabras con una extraña voz grave, era ya evidente que era el propio hermano Uhlkson.

-Que así sea -la voz de Meth era distante.

-¿Uso mis runas?

-No, nos bastamos An'alis y yo.

A media distancia de ellos, Meth comenzó a cargar, levantando la espada poco a poco y enderezando la punta en dirección a ellos y la empuñadura a la altura de sus ojos. Pronto el monocorno se plantó frente a él y se apresuraba a ensartar, pero el capitán saltó justo en el momento y se apoyó en el cuerno para sortearle por arriba. Pero no tuvo buena suerte, en ese momento la draig'kin estaba arriba esperándole, sus alas la sustentaban en el aire. Entrechocaron las armas, pero Meth se desequilibró y cayó de espaldas. El golpe probablemente le rompió alguna costilla, pero se revolvió y se puso de nuevo en posición de ataque.

-Déjalo, en serio, no tenemos nada contra ti -la draig'kin habló en perfecto ëthrelino aunque con un poco de acento-. Por favor, déjalo.

-¿Creéis que voy a ser como mi capitán?¿Qué les dejaré? Moriré por mi estupidez, ¡así ha de ser!- Como un rayo se abalanzó sobre el animal, esta vez haciendo una finta por la izquierda e intentando acertar en el costado. No le dio tiempo. Sintió una mano en la nuca y una descarga. Cayó al suelo de nuevo. Con los ojos abiertos vio como la chica se inclinaba sobre él.

-No tienes culpa de nada, soldado.

Se cerraban los ojos, ¿moriría? Casi sentía alivio. Pero seguía habiendo preguntas. ¿Esto era morir?¿De verdad era como dormir? Eran las mismas sensaciones. Incluso soñaba. A lo lejos oía voces. ¿Qué dirían?¿Se reían de él? El cansancio le pudo y se dejó llevar. Durmió.

-¿Su capitán?¿¡Qué cojones decía!? Estaba como una puta cabra.

-Puede ser, Greg, pero ayúdame a llevarlo a la madriguera. Pesa mucho para mí sola.